El origen del vino

SPC-Agencias
-

Las vides empezaron a cultivarse hace unos 11.000 años, 4.000 más tarde de lo que los estudios señalaban hasta ahora

Los hallazgos han sido posibles gracias a los análisis de ADN. - Foto: UNSPLASH

Unos 4.000 años más tarde de lo que la mayoría de los estudios científicos apuntaban hasta la fecha. Concretamente, hace 11.000 años, comenzaron a cultivarse de forma simultánea las vides para producir uva de mesa y las cepas destinadas a fabricar vino. A esa conclusión acaba de llegar un equipo internacional de investigadores tras realizar el análisis genético más grande llevado a cabo hasta ahora de numerosas variedades de vid, incluidas varias muestras de especies indocumentadas y pertenecientes a colecciones privadas.

El informe, recientemente publicado en la revista Science, responde a preguntas que hasta este momento, y a pesar de la importancia cultural y económica del vino, no tenían respuesta: cómo, cuándo y dónde se «domesticaron» las cepas para empezar a producir uvas de mesa y vino.

El trabajo de los investigadores rechaza dos de las teorías más extendidas a lo largo de la Historia y de la literatura; la primera, que la vid de vino cultivada comenzó a producirse en Asia Occidental y que de allí procedían todas las variedades de caldos; la segunda, que las cepas destinadas al vino se empezaron a plantar antes que las destinadas a producir uva de mesa.

Error; los científicos han demostrado ahora que hubo dos eventos para la «domesticación» de la vid y en dos lugares diferentes -en Asia Occidental y en la región del Cáucaso- separados por más de 1.000 kilómetros, y que ocurrió hace unos 11.000 años coincidiendo con el advenimiento de la agricultura, lo que sitúa el origen de la uva de mesa y del vino unos 4.000 años más tarde que lo que apuntaban algunos estudios anteriores.

La secuenciación genética masiva que han realizado los investigadores ha desvelado que las uvas de mesa y las de vino se cultivaron además al mismo tiempo, y ha dado pie a identificar algunos genes involucrados en aquella domesticación, que permitieron mejorar el sabor, el color y la textura, y que en la actualidad podrían ayudar a los enólogos a sublimar el vino y a conseguir que las variedades sean más resistentes al cambio climático y a otras «tensiones».

Miles de muestras

Pero, ¿cómo consiguieron los estudiosos en la materia llegar a estas conclusiones? El equipo de científicos generó un genoma de referencia a nivel cromosómico de alta calidad del progenitor de la vid silvestre y posteriormente volvieron a secuenciar unas 2.500 muestras individuales de plantas de vid recolectadas en ubicaciones geográficas muy diferentes, entre ellas varias silvestres y muchas procedentes de colecciones privadas.

En este gigantesco análisis de ADN participaron casi un centenar de investigadores de 16 países de la cuenca mediterránea y Asia Oriental, y entre ellos varios del Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas, un organismo mixto de la Universidad Politécnica de Madrid y del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

La experta Rosa Arroyo, que lidera el grupo de este centro que ha participado en el estudio, destaca la importancia y trascendencia del trabajo por ser la primera vez que se realiza la secuenciación genómica de un número tan elevado de variedades silvestres y cultivadas, lo que ha permitido determinar su pasado evolutivo, su localización y su «domesticación».

De la comida a la bebida

Esta investigadora resalta que el informe publicado por Science aporta novedades también sobre el origen del vino en Europa occidental, que está asociado a la «fertilización cruzada» entre las poblaciones silvestres de Europa occidental y las uvas ya «domesticadas» de Oriente Próximo, que inicialmente se estaban usando como alimento.

Entre los centenares de variedades que se han secuenciado figuran 31 autóctonas de vino blanco y tinto españolas, algunas de ellas pertenecientes a las principales denominaciones de origen nacionales (Rioja, Ribera del Duero o Rías Baixas) y más de 60 silvestres procedentes del norte y el sur de la Península Ibérica.

Arroyo subraya, asimismo, que la vid, gracias a los cruces con plantas silvestres, ha mejorado su adaptación al medio (al estrés hídrico o la resistencia a enfermedades) y ha adquirido algunas características propias de las uvas silvestres (tamaño o contenido de azúcares), lo que demuestra que las cepas silvestres pueden aportar, mediante programas de mejora genética, características importantes para las variedades actuales en un contexto de cambio climático.

Eso sí, en ese sentido incide en que es «urgente» que se tomen medidas para la conservación de las poblaciones de vid silvestre que han sobrevivido hasta hoy.