Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


La fiesta

04/02/2021

Dicen que una de las enseñanzas de la pandemia es la de que no hemos de aspirar a vivir como antes sino de modo distinto, consecuente con lo que nos ha pasado (algunos idiotas se apresuran a festejar libérrimamente en grupo tras un test negativo). Una catástrofe cambia las prioridades de la gente en la medida que le cambia la percepción a los seres humanos sobre su contingencia (millones de familias buscan ya entornos más saludables, hábitat de regeneración, intensifican sus lazos afectivos).
Ésto no parece ir con la dirigencia. El caso, el de Italia, destrozada por una motín a bordo en pleno naufragio. El caso, el de Cataluña: mi distancia de la industria de la política me impide entender cómo es posible que se convoquen elecciones en medio de una crisis de esta envergadura. Si votar es la fiesta de la democracia, su sublimación, no alcanzo a comprender de qué fiesta podemos estar hablando cuando los tanatorios no dan abasto.
No debo ser el único: miles y miles de catalanes, estupefactos, recusan su presencia en las mesas a tal punto que las autoridades han tenido que contratar forenses que evalúen la pertinencia de las alegaciones de la salud que esgrimen atemorizados ciudadanos que no pueden ir trabajar ni al fútbol pero que, por el contrario, sí pueden ser conminados a permanecer más de catorce horas en un colegio electoral expuestos: con «epis», pero expuestos.
No entiendo de tacticismos partidarios ni soy capaz de discernir las diferencias entre la miríada de partidos concurrentes, pero esta elección en medio de la tercera ola me parece expresiva de hasta qué punto se ensancha la brecha entre la política y los ciudadanos: la una va a lo suyo, «pasa» de la otra a la vez que declara hacerlo para defender los intereses del prójimo. Nunca una falsedad estuvo tan bien vestida.