Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Olivetti Lettera 25

06/01/2023

Llegan los Reyes para que pueda irse la Navidad. Recuerdo el 6 de enero de mi infancia yendo, con mis hermanos, de casa en casa de mis tíos. Una fiesta. Recuerdo la Nancy esquiadora, el Cinexin (el cine sin fin), las Barriguitas, los libros de Los cinco, el Quién es quién, el Magia Borrás (la caja grande), el Quimicefa y, cómo no, los Juegos Reunidos con su pirindola: toma 1, ponen todos, toma todo. Nunca me trajeron el diario con el candado chiquitín y su llavecita que tanto deseaba. Yo quería escribir lo que se me pasara por la cabeza y, sobre todo, esconder la llavecita en un lugar secreto. Lo que realmente me ilusionaba era eso, esconder la llave, porque escribir podía hacerlo en cualquier cuaderno. Como contrapunto, los mejores Reyes fueron los que me trajeron una Olivetti Lettera 25. Calculo que yo tendría diez años. Era blanca grisácea. Era ruidosa y me ponía perdida cada vez que tenía que cambiar el carrete de dos colores, negro y rojo. La Olivetti me llegó con un manual de mecanografía con el que yo practicaba a diario (asdf asdf asdf) y gracias al cual, desde entonces, puedo escribir, sin mirar el teclado, con mis diez dedos, a la misma velocidad que pienso.
Es posible que mi amor por el periodismo y la escritura naciera aquel 6 de enero con aquella Olivetti que aún conservo con la cinta seca. O en los meses posteriores, siguiendo las indicaciones del manual (gfdsa gfdsa gfdsa). Simultaneaba mis clases autodidactas de mecanografía con mis primeros relatos infantiles. Seguí escribiendo en mi adolescencia, cuando ya hacía años que había terminado el manual y mis dedos volaban raudos sobre el teclado. Ya en la Universidad, en mis dos primeros cursos en la Facultad de Periodismo, teníamos que llevar la máquina de escribir a clase para hacer las prácticas de Redacción, la asignatura más importante. Durante la hora que duraba la actividad, unas cien personas tecleábamos a la vez en un aula de altos techos y estridentes ecos. ¡Qué locura! No sé cómo el profesor podía sentarse a leer mientras esperaba que concluyéramos la tarea que nos ponía. Tampoco entiendo ahora cómo podíamos concentrarnos para escribir una noticia, un artículo de opinión o lo que tocase. 
Cuando acabé la carrera, un ordenador desbancó a mi Olivetti Lettera 25. Pobrecita. No he vuelto a usarla. Lleva años encerrada en su funda de plástico rígido en casa de mis padres. Ahora que celebramos los Reyes, incluso los que somos republicanos, reflexiono sobre cómo un regalo de la infancia puede ser tan determinante en tu vida. Quizá si no me hubieran traído aquella máquina de escribir, hoy no estaría redactando esta columna ni jamás me hubiera dedicado ni al periodismo ni a la literatura. No recuerdo cuándo decidí ser periodista. Creo que lo elegí antes de tener memoria o, quizá, cuando empecé a practicar con mi Olivetti Lettera 25: jklñ jklñ jklñ.