Pilar Cernuda

CRÓNICA PERSONAL

Pilar Cernuda

Periodista y escritora. Analista política


Un debate insólito

23/07/2019

Insólito lo ocurrido en el debate de investidura: no se ha centrado en la bondad o maldad del programa que presentaba el candidato, sino que el candidato, Pedro Sánchez, ha hecho responsable al líder de la oposición, Pablo Casado, de que no pueda formar gobierno y se vea abocado a convocar nuevas elecciones.

Casado reaccionó de inmediato recordando que Sánchez bloqueó la creación de un gobierno presidido por Rajoy con el famoso noesno que provocó la traumática salida de Sánchez de la secretaría general del PSOE, porque apenas lo acataron media docena de diputados de su grupo. La insistencia de Pedro Sánchez de exigir a Casado que se abstuviera en la votación, porque fue exigencia, llegó a ser patética; incluso sacó a colación el Brexit, como si el líder del PP pudiera detener los disparates del que a partir del miércoles será previsiblemente nuevo premier británico, Boris Johnson. En el debate de investidura Sánchez no defendió su programa, sino que arremetió contra PP y Ciudadanos sacando sus vergüenzas al aire, fundamentalmente sus acuerdos con Vox.

Curioso el rostro de Pablo Iglesias mientras se producía el rifirrafe entre Sánchez y Casado. Era fácil deducir lo que desea el candidato: no quiere pactar con Podemos, lo que desea con toda su alma es la abstención de PP y Ciudadanos. Pero después de escuchar a Casado y Rivera se puede dar por seguro que va a ser que no. Así que la única posibilidad de que Sánchez sea elegido presidente es que Podemos doble la rodilla y acepte las migajas que ofrecen Carmen Calvo y Adriana Lastra. Solo así se evitarán unas nuevas elecciones en el mes de noviembre.

Si Casado estuvo hiriente con sus descalificaciones políticas al candidato, Rivera, además de hiriente en sus descalificaciones, demostró un ingenio que fue letal para Pedro Sánchez. Nada hay más demoledor que los ejemplos que comprende todo el mundo, y es lo que hizo el dirigente de Ciudadanos al acusar repetidamente a Sánchez de sectario y no respetar más libertad que la suya, no la de los demás, diciendo que para ir a la manifestación del 8-M hay que pedir permiso a Carmen Calvo, a Marlaska para ir al desfile del Orgullo Gay, que la fórmula de gobierno de Sánchez es perpetuarse como presidente de gobierno colocando a sus quinientos amiguetes en importantes cargos, y sacando Rivera a colación “la banda de Sánchez”, de la que forman parte nacionalistas, independentistas, Bildu y Podemos. Con este último partido pacta “ahí al lado, en la habitación del pánico” un gobierno de coalición. No se refirió Rivera a política fiscal, sino al “sablazo” que prepara Sánchez, y definió la desigualdad recordando que hay regiones en las que no pueden trabajar determinadas personas, o que la guardia civil tiene salarios muy inferiores a los mossos d´esquadra. La puntilla la puso Rivera cuando preguntó a Sánchez si dimitiría si la Justicia condena al partido socialista por corrupción.

Era un debate de investidura, pero lo que se vio fue a un candidato muy incómodo por las críticas demoledoras de Rivera y Casado… y a dos líderes haciendo méritos para ser líder de la oposición.