Fernando Aller

DESDE EL ALA OESTE

Fernando Aller

Periodista


Huérfanos de Europa

11/12/2020

Fue la noche de una frustración. En la primera hora del jueves se conocía el resultado adverso de la votación. El Gobierno español presentaba a León como ciudad candidata para albergar el Centro Europeo de Competencia Industrial, Tecnológica y de Investigación en Ciberseguridad. Como mayor aval de la candidatura se esgrimía la existencia en León del Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe), heredero del Inteco (Instituto de Nuevas Tecnologías) creado por José Luis Rodríguez Zapatero y desarrollado inicialmente por el también leonés Enrique Martínez junto a Manuel Escalante hace 13 años. La apuesta ahora del Gobierno de Pedro Sánchez, instrumentada por Teresa Ribera y Nadia Calviño, ha puesto en valor aquella decisión de Zapatero y hubiera supuesto la consolidación definitiva de León como referencia para el desarrollo tecnológico en la lucha contra esa lacra del nuevo mundo que es el ciberataque.
Pero no fue posible. Competían frente a León las ciudades de Bucarest (la ganadora) Bruselas, Vilnius, Luxemburgo, Varsovia y Múnich. León, incluso, ni siquiera pudo optar a la votación final prevista entre los dos países con la puntuación máxima en el supuesto de no lograr ninguno la mayoría absoluta de 14 votos en la primera ronda. La votación a cara o cruz era contemplada como la que ofrecía las mayores garantías de éxito por el obligado «realineamento» de los países que se quedaran sin su primera opción. Pero la realidad es que la candidatura de León tan solo obtuvo dos votos de 27 en la primera vuelta.
El sueño fue bonito mientras duró. Castilla y León no parece territorio fértil para albergar sedes de representación comunitaria. No están mucho mejor otras autonomías. Barcelona tampoco alcanzó la sede de la Agencia de Meteorología al que aspiraba. Estas circunstancias deberían suscitar la reflexión de quienes gobiernan, de los políticos. ¿Es escaso el poder económico de España, carecemos del prestigio internacional suficiente o son nuestras reyertas interiores las que provocan el desprecio internacional? Algo está claro: El problema somos nosotros, no quienes nos rechazan.