Pilar Cernuda

CRÓNICA PERSONAL

Pilar Cernuda

Periodista y escritora. Analista política


Botifler

21/10/2019

Es el peor insulto que puede recibir un catalán, “botifler”, traidor. Incluso duele a los catalanes que no quieren la independencia, porque se sienten tan catalanes como los que enarbolan la estelada, si no más.

Rufián, hoy moderado en su verbo como portavoz parlamentario de ERC, pero que durante la anterior legislatura fue enfant terrible con su estrategia de insultar y descalificar a sus adversarios en lugar de argumentar, ha tenido que abandonar una manifestación en Barcelona ante los gritos de “botifler” y “Vete a Madrid”. Su pecado, haber pedido en un tuit a los independentistas que formaran un cordón entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes que ejercían la violencia: “Llamamiento a todos los colectivos, entidades y gente de paz a defender el legítimo derecho de protesta y a rebajar la tensión de estos días. Frente a la violencia de porra y barricada, barrera humana de la sociedad civil”.

Rufián, que no tiene un pelo de tonto, es perfectamente consciente de que con actuaciones violentas como las vividas los últimos días no se llega a ninguna parte, que además esas actuaciones divide a los independentistas, con un peligroso ingrediente añadido: las imágenes recogidas no solo en España sino en todo el mundo, rompen el llamado “relato” a los que los independentistas han dedicado tanto esfuerzo y dinero. Pone punto final al concepto de independentista pacífico perseguido por sus ideas en un país falto de derechos democráticos.

Pedro Sánchez ha demostrado con creces que es un presidente timorato cuando se necesita al frente del gobierno un dirigente que no dé la impresión de arrugarse ante la adversidad. Pero los independentistas también están perdiendo crédito a chorros. Lo ocurrido con Rufián y otros miembros de ERC que también abandonaron manifestaciones al ser calificados como botiflers, indica que la tensión va mucho más allá de las diferencias entre independentistas y no independentistas. Dirigentes de ERC han condenado abiertamente la violencia mientras que Torra y demás miembros de Junts se niegan a hacerlo, empiezan a advertirse grietas entre quienes apoyaban sin fisuras a Puigdemont, la sociedad civil ya no está tan segura de que los independentistas piensen en el futuro de Cataluña porque empiezan a notar las consecuencias de la mala política llevada al extremo –inversiones, turismo, comercio, deslocalización de las grandes empresas y entidades bancarias-, y la forma en la que Torra ha reaccionado ante la profesionalidad de la policía autonómica ha arrancado la venda en muchos ojos. Demoledoras las escenas de personas de todo signo dando las gracias y entregando flores a los mossos y al resto de las fuerzas de seguridad. No todos eran “españolistas botiflers”, sino nacionalistas de siempre que de ninguna manera desean una Cataluña encendida y víctima de una confrontación civil nunca conocida hasta ahora.

A veces, cuanto peor mejor. No es descartable que la violencia extrema de los últimos días provoque una reacción de sentido común ante tanto disparate político y social.