Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Azul

10/05/2019

Sigo recuperándome del impacto sufrido tras leer un libro de Michael Oakeshott. Mentiría si dijera que mi conocimiento sobre el fallecido súbdito británico era amplio. La triste realidad es que era uno de esos personajes que han pasado por la faz de la tierra con más sabiduría que reconocimiento y a quien el transcurso del tiempo ha maltratado injustamente. No hay mayor crueldad que el olvido para una mente brillante.

Decir que era conservador no le hace justicia. Recordar que fue profesor de la London School of Economics nos muestra el pasado glorioso de instituciones en declive. Su pasión por la filosofía política nos enseña que es peligroso considerar como Ciencia lo que no es. Su oposición intelectual a la izquierda concuerda con su vasto conocimiento, pero que consiguiese criticar con igual pasión a iconos conservadores resulta refrescante. Al pobre Hayek lo puso como un cromo por dogmático, aunque le viese como un mal menor ante los excesos del comunismo teórico.

Si tuviéramos que resumir brevemente su pensamiento, bastaría con decir que se oponía ferozmente al racionalismo como instrumento político. Consideraba que Bacon y Descartes, sin pretenderlo, abrieron la puerta a ver el mundo desde un feroz racionalismo que contamina a la política al ponerla a su servicio. Dicha deriva explica que desde el siglo XVIII la clase política haya apostado por romper con las tradiciones para construir un mundo racional, aséptico y dominado por gestores profesionales.

El resultado del proceso es irrelevante, porque incluso en los fracasos más sonoros se defiende su uso al estar motivado por la Razón. Ese apego por las tradiciones, la experiencia o lo tangible es muy británico y pragmático a la vez.

Nadie tiene el patrimonio de la verdad política, pero la clase política británica debería preguntarse si la apelación constante al populismo como mal no es sino una forma de protegerse de la crítica. La fractura entre el votante y los políticos se acrecienta e incluso se responsabiliza a los votantes del resultado del referéndum convocado por los gobernantes. Se les impone una forma de concebir la vida que ofende sus principios y que les fuerza al ostracismo, por el imperio de la Razón. Si alguien piensa que el malestar británico es efímero se engaña, porque la credibilidad de los políticos profesionales es nula. Intentar ejercer de bombero a la vez que pirómano no suele funcionar. El poderío intelectual empieza por la modestia y el amor por la libertad.