Después de escuchar ayer a Adolfo Suárez Illana en una entrevista radiofónica, llego a la conclusión de que Vox se apunta un nuevo éxito en su estrategia electoral de minimizar la exposición pública cuando, además, ya hay otros que indirectamente te hacen el trabajo sin levantarte de la silla. Lo de Suárez Illana es lo más parecido a un submarino en las lista del PP por Madrid, circunscripción que, como es sabido, junto a Andalucía y Cataluña, suelen inclinar a un lado u otro los resultados durante la noche del escrutinio.

Desconozco si la incorporación a las listas de Madrid del que protagonizara un fiasco tremendo hace años en las autonómicas de Castilla-La Mancha es una decisión del presidente ‘popular’ o una sugerencia del resurgido Aznar, pero lo que sí sé es que muchos en el PP de Castilla y León imploran para que el hijo del que fuera el primer presidente de la democracia no se acerque durante la campaña por la Comunidad. Desconozco también si en Génova existe algún estudio serio sobre el hipotético arrastre de votos que, para las filas ‘populares’, tiene el fichaje de Suárez Illana, pero permítanme que lo ponga en duda.

Creo que el PP, quizá empujado por las expectativas mermadas que auguran los sondeos, cae en el error de la incoherencia. Porque este partido no es el heredero de la extinta UCD ni es tampoco una formación que carezca de discurso propio como para hablar de Vox un día sí y otro también, cuando lo que debiera hacer es hablar de sí mismo o, en su defecto, arremeter legítimamente contra el resto de fuerzas políticas en liza. Es más, tanta alusión directa o velada a la formación de Santiago Abascal puede sonar a cierta indefinición, y ya se sabe que el electorado siempre prefiere el original antes que la copia.

Hay ocasiones en las que un perfil bajo, alejado de estridencias, surte más efecto que el ruido, la verborrea de un candidato o el tono impostado ante los micros.

En fin, ‘quod natura non dat, Salmantica non praestat’.