Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Sacar los pies del tiesto

22/12/2019

Les confieso que últimamente me hayo algo desorientada con la información recogida por los medios. Soy una persona que se caracteriza por un firme sentido de la justicia, lo que me ha llevado siempre a dar por hecho creencias que después, al sentirlas cuestionadas, me han generado una inmensa desazón.
Hablo de realidades tan de actualidad como la COP25, pero concentrándome en las críticas que ha generado la activista Greta Thunberg. ¿Cómo puede alguien poner mínimamente en duda su discurso?, ¿en qué cabeza cabe obviar que realmente estamos en plena emergencia climática?, ¿acaso aquellos que le acusan de apocalíptica cierran los ojos antes obviedades como el incremento anual de la temperatura global?, ¿de verdad se puede ser tan arrogante de considerar erróneas investigaciones científicas avaladas por prestigiosas universidades?, ¿o es solo cuestión de desviar la atención para no asumir nuestra parte de la culpa? Pero también me refiero a un hecho que ha sido noticia durante esta semana: la concentración que tuvo lugar el pasado sábado en repulsa a la condena impuesta por el caso Arandina. Una vez más, me cuesta concebir que alguien se replantee como excesivas estas medidas dictaminadas por la Justicia. En imágenes de este acto he llegado a escuchar declaraciones que reprochaban a la víctima el haber comenzado algo que luego no quiso acabar, o incluso aprovechar la ocasión para atacar al movimiento feminista, acusándolo de sacar rédito económico. Yo todos estos argumentos los creía superados y sentir que vuelven a ponerse de moda me llena de desesperanza.
Podemos también incluso hablar, echando la vista atrás unos meses, de la cierta incomodidad (de momento, escasa, pero incomodidad al fin y al cabo) que el movimiento de la España Vaciada generó. El hecho de que gigantes mediáticos se burlen de la lucha de los más débiles provoca un cierto descrédito a acciones que habían sido pensadas y planeadas hasta el más mínimo detalle. ¿Qué tiene todo ello en común? Un carácter de jerarquía social que, a pesar de no vivir ya en la edad media, sigue marcando el orden establecido. Podemos sacar a relucir un término que estuvo muy de moda hace unos meses, cuando movimientos políticos radicales (tanto de derechas como de izquierdas) empezaron a surgir por todo el panorama político internacional: el establishment.  Y es que sacar los pies del tiesto es algo que todavía sigue molestando a la mayoría de los que mandan.
A los más poderosos les incomoda que se ponga en duda realidades que ellos mismos han defendido como verdades absolutas. Hasta ahora no se les cuestionaba su forma de proceder y simplemente se seguía el orden preestablecido, sin replanteamiento ninguno. Este tipo de rebeliones les hace sentir el mayor miedo que pueden sentir aquellos que ostenta el poder: perderlo. Renunciar a lo que hasta el momento te ha sido asignado simplemente por tu condición, aunque sea en pro de la justicia, supone un sacrificio que no todos están dispuestos a realizar. Y estas reacciones agresivas son una muestra de ello.  Yo, optimista por naturaleza y también algo outsider, tiendo a pensar que estamos a las puertas del cambio. También me refuerza el hecho de sentir que hay un movimiento que poco a poco se va desviando del establishment. Y es que escondidos, desde la sombra, existen cada vez más ciudadanos involucrados que abogan por un mudo más justo.