Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


A llorar a la llorería

09/07/2021

Yo no soy llorona. Tampoco soy llorica. Que no es lo mismo. Eso sí, de vez en cuando suelto unos lagrimones bien echados. De esos lagrimones como melones. ¡Qué gusto! A mí me sientan bien. Terapia rápida, sencilla y al alcance de todos los bolsillos. 
El entrenador de la selección española, Luis Enrique, justo al despedirse de la Eurocopa declaraba: «Estoy cansado de ver en los torneos de alevines a los jugadores llorando. Hay que empezar a gestionar la derrota de otra manera. Hay que felicitar al rival. Esto enseña a los niños que cuando se pierde no hay que llorar. Hay que felicitar al contrario y levantarse». Muchos conceptos para espetarlos así en cinco frases. La gestión de emociones es muy complicada. Sobre todo cuando no se tienen conocimientos específicos al respecto que es lo habitual en nuestra sociedad. Cada cual nos hemos buscado la vida como hemos podido para aprender a canalizar las emociones que sentimos: rabia, alegría, tristeza, vergüenza, miedo, aburrimiento, amor, asombro, envidia, satisfacción, nostalgia; por citar algunas. No se puede resumir la derrota, en este caso futbolera, pero extrapolable a cualquier experiencia vital, en un simple «no hay que llorar». Una de las asignaturas pendientes, muy pendientes, de las leyes de Educación de este país es la inteligencia emocional. En la escuela enseñan a leer, escribir, sumar y restar, el conjunto vacío, la tabla periódica de los elementos, el origen del universo, las partes de la flor o el descubrimiento de América (véase también invasión). Nos llenan de conocimiento para desenvolvernos en la vida, pero se olvidan de ofrecernos el otro conocimiento, el emocional; ése que nos sirve para deambular en una sociedad tan compleja. La gestión de sentimientos no es innata al ser humano. Es necesario aprender como aprendemos que cualquier número multiplicado por cero es cero. O como aprendemos que si soplas la llama de una vela, se apaga. No es innato, aunque lo parezca. Algo tan simple como apagar la llama de una vela hemos tenido que aprenderlo. Yo no soy experta en inteligencia emocional, pero he ido cultivándome a base de ir tropezando. Con mi manera de entender los fracasos ese consejo de Luis Enrique, «no hay que llorar», me parece muy simplista. O quizá, así, resumido en esas cuatro palabras, sea confuso y más perjudicial que beneficioso. Igual que reímos es necesario llorar. Las lágrimas repentinas no son incompatibles con levantarse y seguir el camino. Incluso esas lágrimas rabiosas pueden servir de impulso para afrontar el fracaso o la derrota. Quizá el mensaje del míster fue «no hay que ser llorica» que no es lo mismo que «no hay que llorar»; permitiendo a sus jugadores que derramen lagrimones como melones porque Italia te manda a casa en los penaltis.