Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


"Señor Ábalos, menuda mañanita le espera"

12/02/2020

Se reanudaban, tras meses de inactividad, las sesiones de control parlamentario al Gobierno. Un gran día. Los periodistas aguardábamos, como siempre, arracimados, incómodos, mal organizados, la entrada de Sus Señorías al hemiciclo. Los parlamentarios, casi todos, como es usual en tales circunstancias, pasaban, ausentes de nuestra presencia, naturalmente sin hacer declaraciones, cuando se las pedíamos, que no era, desde luego, a todos. Nada ha cambiado de estas costumbres un poco autistas en este regreso a la vida parlamentaria.

Llegó al fin el ministro de Fomento y secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos; el héroe de la jornada. Las preguntas más vitriólicas, las más ácidas de las presentadas por la oposición, estaban dirigidas al hombre que lleva versionando de manera diferente aquel encuentro furtivo -bueno, no tanto- con la vicepresidenta venezolana en el aeropuerto de Barajas.

Por supuesto, el señor Ábalos pasó a una velocidad de muchos nudos, como sin vernos, hacia la puerta salvadora del hemiciclo. Silente como los demás, por otro lado. Pero, sospecho, no sin oír la voz de una reportera audaz de televisión.

- Señor Ábalos, menuda mañanita le espera.

Risas entre los chicos de la prensa; el ministro y secretario, como quien oye llover. No íbamos sacar mucho más material informativo. Porque luego, la habitual falta de calidad parlamentaria en el combate de preguntas y respuestas. Vox pidió la dimisión de Ábalos, del presidente Sánchez, de todo el Gobierno, sursum corda, a cuenta de affaire Venezuela. Sospecho que no será la última vez que el señor Abascal lo haga, aduciendo uno u otro motivo, porque, para él, Sánchez es un presidente ilegítimo. Y el líder de la derecha dura se ve obligado a tirar la piedra más lejos que nadie, que a río tan revuelto ganancia de pescadores.

Por su parte, Pedro Sánchez, hay que reconocerlo, se defendió bien cuando Pablo Casado le preguntó si va a respetar el estado de derecho: el presidente le tendió una mano al líder de la oposición, no sé si mano muy sincera, para llegar a pactos de alcance; cualquier cosa con tal de saltarse el tema Ábalos, al que el presidente apenas respondió. Porque todo eso de los pactos, o sea lo importante, iba a quedar ahí, varado, sospecho que por ambas partes, que poco deseo, y menos interés, tienen en pactar nada.

La parte mollar de la sesión concluyó con un rifirrafe entre la corrosiva Cayetana Alvarez de Toledo y el propio Ábalos. No sabría decir quién ganó, si el ministro de Fomento convertido casi en ministro de Exteriores en la defensa de la vía diplomática con Venezuela, o la portavoz popular haciendo de sí misma. Claro que, para entonces, mis colegas ya se habían desenganchado de la cuestión, lo mismo que una buena parte de Sus Señorías, en otras obligaciones por lo visto, y el propio Gobierno, que dejó solo a su colega de Fomento en la bancada azul.

Más o menos lo habitual de tiempos pretéritos, aunque con algunas caras que han cambiado el color de su escaño, como Pablo Iglesias, que resistió bien, hay que admitirlo las ironías del secretario general del PP. Y, de pronto, un chispazo de alta política a cargo de una figura de la que admito que, personalmente, me fío muy poco. Pero ahí, en mi opinión, acertó el líder de Podemos e insólito vicepresidente del Gobierno: sacó a relucir el informe Alston, es decir, el durísimo varapalo lanzado hace unos días por el relator de la ONU para la pobreza sobre la situación de extremas desigualdades en España. Casi no esperaba que alguien lo trajese a un Parlamento donde es usual desconocer los problemas reales del país (porque lo de Ábalos, por mucho que nos indignen sus mentiras, no es ni de lejos el principal problema de la nación).

Pero poco dura la alegría en casa del pobre, nunca mejor dicho en este caso. Leyó en tono flamígero el señor Iglesias algunos párrafos, tremendos, del alegato, más que informe, de Philip Alstom evidenciando que muchos habitantes de esta tierra llamada España viven en el umbral de la pobreza. Luego fuese y no hubo nada: nadie recogió el guante, nadie pidió un pacto de Estado contra la exclusión social. Nada. Lo de Iglesias quedó en un grito en el vacío, quizá algo oportunista, pero necesario. Ahí se acabó lo importante.

Y volvimos, a continuación, a lo de Ábalos; ya digo, el gran problema del país. Tan grande, que parece que obligó a los eurodiputados españoles a hacer el ridículo en la sede de Estrasburgo, debatiendo una cuestión que jamás debería haberse llevado a esos terrenos, si una gobernante venezolana pisó o no territorio Schengen en Barajas. Para esto, o para el debate simplón sobre la eutanasia del martes, casi no nos hubiera hecho falta reabrir la vida parlamentaria. Bueno, sí, la verdad es que sirvió para eso: para darle menuda mañanita a Ábalos, que parecía bastante tocado con la cera que ha venido dándole la oposición estos últimos días. ¿Eso era todo?