Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Con buen humor

03/04/2020

Estos días me acuerdo mucho de mi padre. Murió hace cuatro años en el Hospital Santa Bárbara acompañado de su familia. De la mano siempre de alguno de sus hijos o de mi madre. Una experiencia realmente dura. Aunque vista desde mi confinamiento, ahora me resulta absolutamente reconfortante. Pienso en todas esas personas contagiadas del coronavirus que se han muerto en la más triste soledad y reconozco la suerte que tuvo mi padre y la que tuvimos sus familiares. Mi padre me dejó una doble herencia maravillosa: un metabolismo fantástico y el buen humor. Siempre encontraba algo divertido a la vida. Siempre su frase: vamos a decir tontaditas. Y aunque a veces su sentido del humor no coincidiera con el mío, esa actitud ante la vida me ha servido siempre para salvarme del sufrimiento más atroz y de los reveses que van y vienen. Por eso, en estos días dramáticos, cargados de histeria, de apatía, de incertidumbre, de dolor y de soledad; quiero sonsacar experiencias y anécdotas de las que arrancan una sonrisa. De las que demuestran la grandeza del ser humano. El humor nos ayuda a sobrevivir. Es, hasta que aparezca la vacuna, casi lo único que tenemos al alcance de la mano para no desfallecer. ¡Hay tantas anécdotas! Como el vecino de La Mallona que se ha atrincherado en su pueblo con un jamón recién comprado con la esperanza de que le dure todo el confinamiento. Si no le alcanza, se comprará otro y asegura que no volverá a Madrid donde incluso estuvo a punto de censarse porque durante años creyó que allí encontraría los mejores médicos y el mejor sistema sanitario a la vista de que en Soria nos faltan especialidades y servicios. Anécdotas como la del vecino de La Cuenca, viviendo el confinamiento solo en el pueblo. «Que no venga nadie», les pide a los servicios sociales que se acercan a asistirle. Más por la necesidad de soledad que por el miedo al contagio. Aunque yo creo que lo dice con la boca pequeña.
Yo también he vivido situaciones surrealistas como una vídeo llamada múltiple a la que me invitó un familiar con otros participantes a los que no conozco de nada. Nos saludábamos con la mano y nos sonreíamos mientras alguno gritaba, «¡Viva Covaleda!». Un rato fantástico. De los mejores que he tenido en estas casi ya tres semanas de cautiverio. O la picaresca de los que rompen el confinamiento con argumentos hilarantes. Como aquel ciclista de un pueblo que fue sorprendido por la guardia civil en la carretera, con su culotte, su maillot, su casco; con la misma naturalidad que si lo sorprenden en su casa en pijama. Sin ningún sofoco. «He salido a dar una vuelta con la bici», les explicó sentado en el sillín, agarrado al manillar con sus guantes. Dos horas llevaba pedaleando, la criatura, y 46 kilómetros en sus piernas.