Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Partidos y coaliciones

09/06/2019

¿Hay algo más que ansias (legítimas) de poder con los partidos formando mayorías de gobierno? Parece que siguen sin demasiados cambios las tendencias tradicionales de nuestro sistema de partidos políticos. Lo cual era esperable, posee aspectos positivos, pero encierra el riesgo de que se perpetúe una cierta parálisis reformista, que tendría consecuencias negativas para España. 
En líneas generales, con algunas excepciones puramente tácticas, se formarán mayorías municipales y autonómicas de PP más Ciudadanos allí donde éstas sean posibles, con el objetivo de desplazar al PSOE de la gobernación. 
El hecho de que Pedro Sánchez sea el único presidente de Gobierno nacional posible, y que nadie quiera hacerse responsable de unas nuevas elecciones generales, convierte al PSOE en el partido hegemónico en los próximos años, y ante eso los dos partidos de centro derecha buscarán en los gobiernos de inferior nivel un lugar desde donde controlar al gobierno socialista de Sánchez, y al tiempo que podrán diferenciarse por su gestión de su otro socio de coalición o de apoyo parlamentario externo. 
Será mantener la dinámica de bloque conservador contra bloque socialista, y esto pone de manifiesto que no existe (o quizá no pueda existir) una formación intermedia, de carácter liberal, capaz de formar mayorías tanto con socialdemócratas, como con conservadores. 
En ese sentido, Ciudadanos, al menos con Albert Rivera, no quiere arriesgarse a aparecer gobernando con el PSOE, y sí prefiere apoyar gobiernos con y del PP. Lo hace porque cree que así ocupará el lugar de ese partido como fuerza hegemónica en el espacio conservador, lo que viene a dar a entender que Ciudadanos tiene horror a desaparecer si es sólo un partido bisagra. Las reflexiones de Francesc de Carreras, uno de los fundadores de Ciudadanos, quien recordaba que Ciudadanos nació para que los grandes partidos no tuviesen que depender de minorías nacionalistas, no han tenido mucha audiencia entre sus antiguos compañeros. 
Vox, en mi opinión, dará disgustos a sus aliados ocasionales de centro derecha, pero su vuelo político será gallináceo. Santiago Abascal y sus lugartenientes carecen de ideas que puedan alterar la estrategia de los demás partidos. 
En cuando a Podemos  y su antiguo conglomerado de opciones radicales comunitaristas, en estas circunstancias influirán muy poco. Si, como es previsible, las alcaldesas de Madrid y Barcelona pierden su puesto, lo que significó Podemos se irá difuminando en poco tiempo. Además, Pablo Iglesias quedará fuera del gobierno de Pedro Sánchez, y no sólo porque Iglesias es menos creíble según su partido se desmorona, sino porque Sánchez hará un gobierno enteramente suyo, incluso respecto de su propio partido, como para aceptar un ministro como el dirigente de Unidas Podemos. 
En España, y probablemente en democracias parecidas a la nuestra, los partidos sólo se reforman internamente cuando están en el gobierno, y no cuando han perdido el poder (que sería lo lógico). De manera que el PP y Ciudadanos, que están necesitados de una actualización de su ideario y de cambios orgánicos, aprovecharán la oportunidad de integrarse en ejecutivos locales y regionales para reestructurarse. 
Obviamente, este proceder hace de los partidos unos instrumentos sólo para conquistar y conservar el poder, quedando su dimensión ideológica, sus señas de identidad, sus ideales en suma, como algo meramente propagandístico; son los efectos de un pragmatismo que lo invade todo en nuestra época. Y también, la causa de la débil confianza que los mensajes partidarios obtienen entre los electores, cuya fidelidad a una siglas disminuye de elección en elección. 
La elección política se parece cada vez más a escoger cualquier producto en el mercado global de hoy. 
Ahora bien, me parece que nuestro sistema partidario tiene su propia singularidad. Una de las principales, que el modelo del PSOE ha sido copiado por los demás partidos. En efecto, un liderazgo prominente, desde los tiempos de Felipe González, y un partido muy disciplinado, fueron los rasgos imitados desde el PP de Aznar, el Ciudadanos de Rivera, hasta el Podemos de Iglesias. Ese modelo dejó de ser eficaz desde que Felipe González dejó la dirección de su partido. Hoy Pedro Sánchez, aunque mantiene el modelo del tiempo de González, su poder es aún más omnipotente, y además, mucho más vertical, en el sentido que Pedro Sánchez no comparte su poder con los llamados barones regionales socialistas, ni depende de ellos.
Y esto nos lleva a una hipótesis: Pedro Sánchez necesita grandes y rápidos triunfos gobernando. Estemos atentos a los pactos que ofrecerá en su discurso de investidura. Probablemente presente un plan para integrar Cataluña en el orden constitucional, sin invocar su artículo 155, pero contando con la revitalizada sociedad civil catalana. Si el gobierno de Sánchez logra avances significativos en Cataluña -y dos catalanes al frente del Congreso y del Senado significan una pista-, estará en condiciones de lograr un consenso para abordar las reformas pendientes: pensiones, educación y sanidad públicas, y las imprescindibles que señala José Luis Malo de Molina, el que fuera jefe de Estudios del Banco de España, en su reciente e importante libro sobre la economía española de estos 40 últimos años.