Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Villalar

23/04/2020

Es Villalar. Nadie lo diría. Este año, la reafirmación del sentimiento regional adquiere la condición cenobial de la que somos herederos en las castillas anchas, en el silencio de la clausura doméstica, apagados los ruidos de la campa con la metralla asesina del bicho que viaja en la saliva. El Villalar que nos debemos a nosotros mismos es un Villalar interior. Y prospectivo. Nos debemos reivindicarnos a nosotros mismos.
Somos el escenario ideal para la «desescalada» interminable en la que nos vemos inmersos a partir de ahora y por mucho tiempo. La antítesis del bullicio apelmazado de gente de las ciudades colmena, que fueron creciendo más allá de la lógica y de la higiene. En las tierras de interior las cosas se ven de otra manera.
Andan los del turismo rural reivindicando su producto como el ideal para la salida de esta guarida. Dicen que les dejen ya vender estancias a partir del 1 de Junio. Que la gente tendrá peor ir a la playa que al sembrao y que los «puertobanuses» son el ejemplo vivo de cómo de propicio puede ser cierto modo de vida para que las pandemias se enseñoreen de nuestra civilización.
Corren buenos tiempos para la alabanza de aldea y el menosprecio de corte. Villalar 2020 tiene que ser motivo de reflexión de cómo nuestros valores y nuestras costumbres, como producto, con un lacito puesto, pueden ser un alegato poderoso para atraer visitantes, acopiar población, desinstalar ciertos hábitos que han acabado siendo caldo de cultivo de esta catástrofe. 
Ese mundo rural, esas tierras anchas castellana y leonesas, esa forma de ver la vida y la saga podrían ser la moda del siguiente eslabón de la cadena de la historia. Falta pensarlo, creérselo y venderlo. De esto último no solemos ser especialistas.