Ha caído hasta Burgos», me recordaba un amigo después de contar los votos de las elecciones generales. No han pasado dos semanas desde el 28-A y la encuesta del CIS avanza que la mayoría de las autonomías donde se vota el domingo 26 estarán teñidas de rojo. Tezanos no ha dejado de ser sospechoso, pero con su acierto de abril ha recuperado buena parte del prestigio que habían perdido los demóscopos. El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas otorga la victoria en Castilla y León a Luis Tudanca y el PSOE podría confirmar a finales de mayo sus históricos resultados del último domingo de abril, cuando logró imponerse en una cita electoral en la región, algo que no ocurría desde 1986.
Con esas cartas los candidatos a sustituir a Juan Vicente Herrera han comenzado una partida con desenlace incierto. Nos acechan demasiadas incógnitas como para hacer pronósticos. Para empezar desconocemos hasta qué punto los resultados del 28-A movilizarán o desmovilizarán al electorado. Ignoramos si VOX volverá a ser el 26 de mayo como la gaseosa y si su efecto se diluirá en cuanto se abran las urnas. Los de Abascal prefieren ahora una campaña de perfil bajo, sin mítines multitudinarios y si me apuran sin candidatos, al menos en nuestra comunidad. Frente a las dudas de un partido que se quiere cargar las autonomías desde el PP intentarán recuperar a los votantes que les dieron calabazas en las generales y que se quedaron con un palmo de narices tras conocer los resultados.
La única certeza de cara a la cita con las urnas es que la llave la tiene Ciudadanos. El montaraz Francisco Igea logró una gran visibilidad tras rebelarse contra la dirección de su partido, que pretendía imponer a Silvia Clemente como candidata naranja, y ahora se siente abrumado ante el cariño que le procesan el resto de candidatos. Suya, o de los suyos, puede ser la última palabra, la que determine si en 2019 se pone fin a los 32 años de gobiernos consecutivos del PP.