Luis Miguel de Dios

TRIGO LIMPIO

Luis Miguel de Dios

Escritor y periodista


Placas

15/06/2021

Estalló la guerra de las placas solares. O, al menos, las primeras escaramuzas. El pasado domingo, en Zamora, más de 300 personas protestaron contra los planes de llenar la provincia de placas solares y torretas eólicas sin una ordenación regulada y clara. En otros lugares de Castilla y León, también se han creado plataformas para oponerse a la invasión de energías renovables sin calcular el daño que pueden hacer a la agricultura, la ganadería, el paisaje y el aprovechamiento tradicional de los valores naturales. Nadie (o casi nadie) rechaza frontalmente las energías renovables, pero las alarmas han sonado en cuanto se ha tenido noticia de la proliferación de megaproyectos que pueden convertir llanuras y montes de esta tierra en una siembra de placas, torretas y cables. Y es que ya se han presentado proyectos para ocupar 15.000 hectáreas con placas fotovoltaicas. Sí, sí, han leído bien: 15.000 hectáreas. La potencia solicitada cubre el 65% del plan estatal hasta el año 2030. Añádanle a esto la electricidad que producimos ahora y les saldrá una cifra desorbitada, sobre todo si la cotejamos con lo que consumimos. Y esa energía, claro, irá a parar a los grandes centros de siempre: Madrid, Cataluña, País Vasco, Mediterráneo. O sea, como las personas. De ahí que una de las pancartas desplegadas en la capital zamorana rezara: «Otra vez no en Sayago». Se refiere, obviamente, a que sus firmantes no quieren que ocurra nuevamente lo que sucedió con los pantanos y las centrales hidroeléctricas: anegaron terrenos, destruyeron pueblos, obligaron a emigrar a la gente, pero la riqueza y los puestos de trabajo se fueron lejos, muy lejos, a los lugares citados antes. Ese es el temor. Y no solo en Sayago, sino en toda la región. Las instalaciones renovables ofrecen dinero rápido y fácil, mucho más que los sembrados de cereal o girasol o la ganadería extensiva. Y sin riesgos. Se firma el contrato de arrendamiento y ni arar ni sembrar ni abonar ni tirar herbicida ni cosechar. Y los ayuntamientos subirán mucho sus ingresos. ¿Y quién producirá los alimentos? ¡Ah, muy buena pregunta, vive Dios!