Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Primera plana

08/05/2020

Hasta hace muy poco no he apreciado en su justa medida el valor de la libertad de expresión. No significa por estas palabras que no fuese consciente que una democracia, requiere medios de comunicación libres de cualquier coacción pública, fuertes y diversos que controlen al poder. La realidad es que no me preocupaba mucho qué pudiera hacer el gobierno para limitarlo. Siempre pensamos que toda acción gubernamental dirigido a controlar sus excesos, facilita la lucha contra el terrorismo, la xenofobia o el odio hacia lo diferente.

En este campo, Gran Bretaña y Estados Unidos eran los baluartes firmes que defendían este bien como su más apreciado patrimonio. En la Europa continental, como en las autocracias y dictaduras, han visto esta actitud con cierto cinismo al considerar que era más una pose fingida que un derecho inatacable. En este aspecto, Turquía tiene el dudoso honor de ser el país con más periodistas encarcelados; mientras que China y Rusia han apostado por controlar la titularidad privada de los medios para ser más sutiles. Cierto es que se les va la mano cuando intervienen profesionales extranjeros a los cuales se les expulsa nada más ofenden a sus dirigentes.

La llegada de las nuevas tecnologías y sus redes sociales han diluido la comprensión de la importancia de la libertad de expresión. Internet permite difundir sin coste cualquier bulo, fake news o teoría conspiratoria en que confíe el difusor. El índice de lectura es tan bajo que hasta universitarios diplomados son incapaces de distinguir una noticia de un resumen pagado por una multinacional en un periódico de pago. Nunca ha sido tan fácil engañar a alguien.

Para evitar un mal hay que evitar aplicar una medida que genere un daño superior. En la izquierda occidental se está construyendo un relato poderoso de lo políticamente correcto, que busca crear un nuevo individuo. No todos sus actos son perversos, pero en la medida que pretende controlar la información pone en peligro los fundamentos de una sociedad libre. Facebook, Twitter, WhatsApp o cualquier otra red reciente han crecido gracias a una profunda desregulación. Esta libertad empresarial les permite no dar cuentas a nadie, pero en el momento que han optado por controlar, monitorizar o incluso censurar contenidos obligan a parar. Una democracia no puede aceptar que una élite decida qué se puede decir o no. Eso no es un ejercicio responsable de la información. Es el mayor ataque a nuestro estilo de vida. Cuidado.