«El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros», dice la señorita Bennet en la novela de Jane Austen. Por eso, está muy bien puesto el nombre de Orgullo Gay. Se identifica con amor propio, autoestima y dignidad del ser humano que no debe verse afectada por su conducta o su orientación sexual. Orgullo contra los prejuicios: desde el sempiterno «maricón el último», dicho más por costumbre que por maldad, a las agresiones físicas contra los LGTBI que aparecen a diario en los medios de comunicación.
El 2 de julio fue el 15° aniversario de la aprobación de la Ley del Matrimonio igualitario; y me acuerdo de Pedro Zerolo que tanto luchó por conseguirlo. «En su modelo de sociedad no quepo yo; en el mío, sí cabe usted», le dijo a Ana Botella en junio de 2006 cuando la Sra. de Aznar se pronunció en contra de las bodas entre homosexuales. Zerolo le pronosticó que esa actitud le duraría poco porque los avances sociales son imparables. Y es cierto; hoy,  hasta destacados políticos del PP han salido del armario y se han casado al amparo de la misma norma que rechazaron en el Congreso. Pero aún quedan reductos de odio y de incomprensión como los autodenominados Abogados Cristianos y los políticos franquistas que han denunciado a los ayuntamientos por colgar banderas arcoíris en sus balcones. Algunos, hasta las han quemado. A todos ellos, tan patriotas, les aconsejo un buen baño de Constitución Española donde dice que nadie podrá ser discriminado por razones de sexo. Porque no se puede ser constitucionalista sin respetar la Constitución, toda y no sólo las partes que nos interesan. Y, como dice el juez Joaquim Bosch, «promover la no discriminación por razones de preferencias sexuales no es una ideología sino un deber de los poderes públicos». Que tomen ejemplo de la Guardia Civil que ha puesto el escudo del Cuerpo sobre los colores LGTBI en su cuenta de Twitter.