José Luis Bravo

SOPA DE GUINDILLAS

José Luis Bravo

Periodista


Sobre patrias y banderas

27/09/2020

La Asociación Retógenes, que congrega a un buen número de aficionados a la historia de nuestros ejércitos, organiza desde hoy un congreso de vexilología en Navaleno. Y usted se preguntará qué demonios es la vexilología. Antes de que tire de Google para averiguarlo  les cuento que se trata del estudio de las banderas, las de todo tipo, y su evolución a lo largo de la historia.
Confieso que soy poco de banderas. Son una de las más típicas formas de identificación de una tribu, de un grupo de personas o de una nación y la enseña tras las que suenan las arengas para dejarse la vida tanto en grandes guerras como en pendencias menores. Pero aprovecharé el aludido congreso para hacer un par de reflexiones sobre los colores que identifican al Estado Español y su origen.
La rojigualda no es, como piensa buena parte de la presunta progresía, la bandera de Franco y por tanto de una dictadura. Cierto que se la apropiaron, tras la modificación aplicada por la Segunda República, que impuso la tricolor. La actual data de los tiempos de Carlos III y era la enseña que lucía en el mástil más alto de los navíos de guerra. Suprimió las de color blanco con el escudo de los Borbones por una cuestión simplemente práctica. Había que diferenciarse de otras flotas, para saber a donde había que apuntar los cañones y descargar andanadas con balas de cuarenta libras a la línea de flotación adecuada. Podría atribuir pues a la bandera actual el mérito de acabar con la identificación de todo el país con una dinastía, que encima es de origen francés.
El hecho de que muchos españoles  no luzcan con el mismo orgullo que un italiano o un británico, sus colores patrios tiene, desde luego, una justificación evidente. En los últimos años se ha patrimonializado su utilización por formaciones políticas de derecha  y de ultraderecha, hasta el punto de que su uso resulta incomodo a ciudadanos apolíticos, porque son automáticamente señalados como ‘fachas’. Valdría concluir que tan culpables son los timoratos a los que acobarda esta circunstancia, como los usurpadores del símbolo que lo consideran propio.
Vuelvo pues sobre mis pasos, para insistir en que me cuesta identificarme con un grupo determinado, ni con indumentarias, ni con tatuajes, ni con banderas. Digamos que, traicionando la naturaleza de los propios seres humanos, carezco de ese instinto gregario que nos lleva incluso a generalizar el uso de pantalones rotos, o de determinadas marcas porque los llevan los congéneres de nuestro entorno. Moda se llama. Pero en este caso me interesaba que el colectivo de lerdos supiera cual es el origen de una bandera que identifica un país. A secas.