Por muy duras y contundentes que hayan sido las expresiones de condena que hemos escuchado o pronunciado estos días, ocurrirá que hay determinados acontecimientos frente a los cuales tendremos siempre la sensación de habernos quedado cortos y de que no habría palabras suficientes ni adecuadas para expresar el horror que causan. Lo digo, es obvio, a propósito del hecho ocurrido en Valladolid hace unos días, tan atroz, tan incomprensible, de que una persona, un varón, haya causado la muerte de una mujer, con la que mantenía algún tipo de reacción, y, a la vez, se haya llevado por delante a la hija de ésta, una niña de ocho años de edad.
No pretendo entrar en el debate de si la violencia de género es especialmente rechazable cuando la víctima es un niño o una niña, a quien se pretende causar un mal para incrementar así el dolor de la madre. Sabemos que ocurre esto con cierta frecuencia, pero insisto, no quiero detenerme en la distinción, por si de ella pudiera derivarse un mínimo atisbo de que hay diferencia de gravedad en función de quien es la víctima, si una niña o su madre. Y aunque sea cierto que el hecho de quitar la vida a un niño o una niña tenga siempre un especial impacto, se trata de dos vidas, la de la niña y la de su madre, y ambas han sido aniquiladas de la misma forma.
Nos empeñamos luego en buscarle explicación o remedio, preguntándonos cómo es posible, qué hay que hacer para que termine esta escalada que últimamente presenta cifras alarmantes. Agravar las condenas y aplicarlas con rigor, está bien, pero ya sabemos que no es suficiente. Seguramente se puede hacer más, a corto plazo y a medio y largo plazo. Reaccionar antes y mejor al menor indicio de que puede producirse un hecho violento de ese tipo, aplicar medidas de prevención y protección, mecanismos de difusión y publicidad de antecedentes, avisos personalizados, medios de detección de personas y lugares, etc. Es posible que alguno de esos instrumentos plantee algún problema jurídico y haya que adoptar legislación constitucionalmente adecuada. Pero hay que estudiarlo y plantearlo. Como hay que promover medidas educativas, sociales y económicas de medio y largo plazo. Lo que sea, además de compartir la indignación, el dolor y el horror que estos días hemos experimentado.