Diego Izco

TIEMPO MUERTO

Diego Izco

Periodista especializado en información deportiva


Se apaga

07/11/2019

En un universo normal, ni paralelo ni surrealista, si debes alicatar un baño y tienes la posibilidad de contratar a un paleta cualquiera, un ñapas del montón, o al mejor cocinero del mundo, jamás elegirías al segundo. En el fondo, la posibilidad de contratar al chef de moda te atrae, y te reconoces mirándote al espejo: «¡Qué pena perder la ocasión». Es normal: pocas veces se te pone alguien así a tiro, un dos estrellas que lucha por la tercera y ha revolucionado el mundo y uso de la cucharita de café. Pero es que ya has comido. Y tienes cubiertos todos los puestos posibles en la cocina. Así que en un acto de lucidez extrema, iluminado por un rayo de sol a deshora (tal vez las 'largas' de un camión o una aparición mariana), decides contratar al cocinero. Y el baño sin alicatar, claro. Piensas que nadie se fijará en el desastre de aseo mientras tenga el estómago lleno y el diente ocupado, pero eso también te sale rana: como si no supieras, alma de cántaro, que dos chefs no carburan mejor que uno y su equipo.

Eso empieza a pensar la 'culerada' con Griezmann.

Con espacio abierto y a la carrera, de media punta o falso 'nueve', el francés ha hecho historia con el Atlético y con Francia, hasta el punto de adquirir estatus de figura planetaria y elevarse hasta los 100-120 millones de euros en el mercado… Pero el Barça necesitaba otras cosas, buscarle alternativa a Suárez, quizás un central de primer nivel mundial o tal vez encontrar alguien de perfil ofensivo concreto pegado a la línea de cal, un regateador hábil capaz incluso de hacer diez o doce goles por temporada (no más: del resto se encargan Messi y el uruguayo). Y a pesar de todo contrataron al cocinero… para alicatar un baño. Griezmann está perdido, desasistido y apagándose en un equipo cuyo vago patrón de juego (dársela a Messi, a ver qué pasa), alimentado por Valverde, le perjudica.