Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


Símbolos

05/10/2020

Tal vez tenga relación con este estado de desasosiego colectivo provocado por la pandemia, tal vez porque la falta de unidad en cuanto a la forma de combatirla, o de usarla como arma política, esté sirviendo de caldo de cultivo para actitudes poco reflexivas, pero lo cierto es que, con más frecuencia de lo deseable, asistimos a nuevos episodios de utilización pública de símbolos que, lejos de contribuir a la concordia, tienen algo de provocación y lo que producen son más bien reacciones de incomodidad, rechazo, o sentimientos aún menos deseables. Ocurre especialmente si esos símbolos se exhiben en actos públicos donde se ostenta la representación de algún colectivo cuya composición es plural, precisamente porque es entonces cuando las diversas sensibilidades, ideas, creencias u opiniones se pueden encontrar justamente ofendidas.

Ciertamente, nuestra historia colectiva no es lo que se dice un remanso de paz en lo que a símbolos se refiere; con frecuencia los símbolos han servido para alterar la convivencia por las evocaciones sectarias, o incluso violentas, que pueden tener. Tenemos un buen ejemplo en lo que significó la aceptación común de la bandera tricolor como signo de reconciliación pacífica en la transición, sabiendo que había otras banderas que estaban asociadas a las aspiraciones, también legítimas, de muchas personas. Por eso la propia Constitución, en el artículo cuarto, definió esa bandera como la bandera de España. Y hubo renuncias generosas a otras opciones para que ese símbolo fuera de todos; y por eso nos molestan los actos de ofensa o agravio a un símbolo que hemos aceptado como común, como nos molesta, a la inversa, el uso de símbolos del pasado que quisimos superar en aquel trance histórico. Admitimos que cualquiera pueda tener otra opción, y que la exhiba en su ámbito personal, si es su deseo, pero no que la use en una función pública representativa, suplantando la que está oficialmente establecida como símbolo común.

Exactamente lo mismo sucede con otros símbolos, concretamente el escudo constitucional y el himno nacional, que tienen la misma significación. Porque los símbolos no son simplemente lo que son a primera vista; son lo que representan, especialmente en ciertos momentos y circunstancias. Por poner un ejemplo: ahora mismo la mascarilla es en sí misma un símbolo de solidaridad; nos protegemos recíprocamente con ella frente a una amenaza común que nos exige actuar unidos. Menoscabarla en público con símbolos que generan división, cuando hay otros que, además de oficiales, son comunes, no es precisamente lo más apropiado.