Luis Miguel de Dios

TRIGO LIMPIO

Luis Miguel de Dios

Escritor y periodista


Navidades

24/11/2020

Falta todavía un mes, pero las Navidades ya están en boca de todos. Hasta ahora no había ocurrido. Las fiestas navideñas comenzaban a ser protagonistas cuando llegaba diciembre, o, más concretamente, tras el puente de la Constitución. Ahí se abría un periodo en el que turrones, polvorones, perfumes, cavas, juguetes y demás nos bombardeaban por tierra, mar y aire. A comprar, a comprar, a comprar. O sea, el espíritu cristiano de festejar el nacimiento de Jesús. Este año se presenta distinto. El infausto y maldito 2020 nos puede hacer perder el paso hasta en las intocables Navidades. Y ya tenemos, como no podía ser menos, el terrible dilema: ¿seguimos con las medidas restrictivas y confinatorias, que abortarían las llamadas entrañables fiestas navideñas, o, por el contrario, abrimos la mano para que no se pierdan las cenas familiares (cuñados incluidos), los reencuentros, los villancicos generacionales, los brindis multitudinarios? No es fácil la respuesta. Todo dependerá de la evolución de la pandemia y de esos datos que suelen amargarnos el día si los oímos al despertar. Y todo dependerá también de la postura de nuestras ilustrísimas autoridades. Y de su ideología. A nadie se le oculta que las fuerzas de derechas van a intentar que las Navidades sean las más parecidas a las de 2019, va en su ADN. La izquierda no lo tiene tan claro. Y menos si no bajan la incidencia, la presión en las UCIS y los contagios, pero cerrar las Navidades puede ser tan antipopular que vuelen votos y apoyos. ¿Cómo resolverlo? Mucho me temo que cualquier decisión tendrá muy poco que ver con la venida al mundo del Redentor, la Adoración de los Reyes Magos y demás grandes acontecimientos del calendario cristiano. Ahora priman potras cosas. ¿Ha dicho usted consumo, negocios asociados a la Navidad? No, válgame dios, cómo puede usted pensar eso; todo es espiritual, alma cristiana. ¿Lujos superfluos?, ¿regalos caros e innecesarios? Nada de eso. ¿Por qué no pensar, mientras discutimos si Navidades a tope o a la mitad, en ese 10% de la población mundial que puede morir de hambre ya mismo por los efectos de la covid-19?