Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Un año de pandemia

20/03/2021

Esta semana ha tocado conmemorar una efeméride que a todos y todas nos hubiera gustado ignorar: un año de pandemia. El 15 de marzo del 2020 comenzaba el Estado de Alarma que, creíamos, se extendería durante un periodo de tiempo moderado, pero con el que finalmente llevamos conviviendo 12 meses (a pesar de los periodos de relajación de las medidas restrictivas, no hemos tenido la opción de volver a la antigua normalidad, que tanto echamos de menos).  Llegados a este punto, me pregunto… ¿qué hemos aprendido de todo esto? Imagino que es una cuestión demasiado general para encontrar una respuesta única pero quizás sí podemos extraer unas conclusiones globales que nos ayuden a comprender la evolución que hemos experimentado como sociedad al enfrentarnos de manera conjunta a un mal que no podíamos ni mínimamente imaginar. 
Uno de los mantras que nos acompañó durante la fatídica primera ola es aquel que decía: «De esta salimos mejores». Y ahora, a un año vista del comienzo de todo, podemos empezar a analizar si realmente esto ha sido verdad o no. ¿En qué nos basábamos para lanzar esa afirmación con tanta rotundidad? En que nos habíamos visto obligados a parar en seco y mirar a nuestro alrededor. Y en ese giro de 180 grados nos dimos cuenta, de repente, que en nuestro entorno no todo fluía. La solidaridad afloró allá donde fue necesaria. Pero después, como nos ha pasado con otras tantas cosas, nos hemos acostumbrado. Y ese plus de cuidados que brotaba por las cuatro esquinas cada vez se ha hecho más pequeño hasta prácticamente desaparecer del todo. A fecha de hoy, tras algo más de un año sufriendo las consecuencias de esta emergencia sanitaria, hemos dejado de mirar a nuestro entorno bajo ese halo de ayuda, para pasar a hacerlo con mirada vigilante, dispuestos a denunciar normas incumplidas. Hemos pasado de ser ángeles al servicio de los más necesitados de nuestro entorno a convertirnos en los ya famosos policías de balcón. 
¿Y respecto a eso de poner en valor lo sencillo? ¿Cómo llevamos aquello de disfrutar de las pequeñas cosas? Pues son ya muchos meses de no poder hacer aquello que hacíamos -y que tanto nos gustaba hacer- antes de la COVID- 19. Viajar, comer en restaurantes, tomar algo después del trabajo o simplemente disfrutar de la cultura se han convertido en eventos que pueden provocar inseguridad y miedo. Y, por ello, aquellos que están viviendo la pandemia de una manera más angustiosa pueden tomar la decisión rotunda de minimizar al máximo sus interacciones sociales. Al comienzo de todo, buscábamos constantemente contacto con los nuestros, y las videollamadas y las citas por Zoom se convirtieron en los mejores momentos de la semana. Sin embargo, después de estos 12 largos meses, parece que ese interés se ha disipado. Nos hemos acostumbrado a la soledad y el retomar el contacto con los demás puede llegar a generar cierta desgana, incluso angustia en los casos más extremos. 
Pero si hay algo que sí que hemos hecho en este tiempo, es una toma de conciencia colectiva de la insoportable levedad del ser. Los seres humanos, que nos creíamos invencibles -especialmente aquellos que ocupaban los países más desarrollados- hemos caído en la cuenta, de repente, de que somos seres frágiles y que un simple virus puede acabar con cientos de miles de los de nuestra especie.