Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Proeza

07/11/2019

Esta es la historia de una proeza. Una gesta desprovista de los ceremoniales laudatorios a que nos tiene acostumbrado cualquier palurdo de los que se enseñorean de la actualidad cotidianamente, que a poco que hagan ordenan que  repique las campanas 'ad maiorem gloriam suam'. Una azaña cuya autoría, coral, se atribuye al GREIM de la Guardia Civil, sin nombres ni apellidos. Y cuyo objeto, cuyo fin, no es ni reputacional ni ornamental: sólo cumplir la obligación y hacer bien el trabajo.
Sólo así se explica que de madrugada, noche cerrada, recibida la llamada de la ausencia de Juan Sampedro, una brigada subiera al Almanzor para localizarlo. Y que durante toda la noche anduvieran rastreando hasta que dieron con  el cadáver del chaval. Y luego, tras pedir refuerzos, y a hombros de relevos, marchar por la montaña en unas condiciones funestas para llevar consigo en andas durante horas y horas el cadáver del joven cuya vida se quedó en el Almanzor. Y llegar bien entrada la noche del martes, llegar como fuera, para no pernoctar en refugio, repleto de niños, para entregar lo antes posible el cuerpo a la familia.
Esta es la historia de un grupo de seres humanos que acabaron llorando al hacer su trabajo. Personas cuyo éxito reside en la vocación y el esfuerzo. Seres cuyo quehacer rehuye el rédito fácil de la pamplina sietecolores de la hoguera de las vanidades. De parca soldada y medios escasos. Esta es la estirpe que recibe esputazos en la Via Laietana pero que cuando te salvan la vida no miran ni el color ni el carnet. Son las víctimas de nuestro olvido y su ejecutoria sigue pendiente del tributo que días como hoy podemos hacerles los plumillas de la tribu, los que deberíamos poner la oreja en el suelo para oir crecer la hierba pero que andamos más pendientes de los árboles, altos, vacuos, inertes.