Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


El hombre que da los buenos días

25/11/2022

Todas las mañanas, cuando salgo camino del trabajo, me encuentro en mi calle con un hombre de cierta edad que va dando los buenos días a cada viandante, de manera individual y con una alegría contagiosa. Yo, como soy bastante tímida, le esbozo una sonrisa ligera, le miro de reojo mientras susurro un buenos días que casi no oigo ni yo, y rápidamente desvío mi mirada al suelo. La mayoría de los vecinos que reciben su deseo matinal le ignora e incluso modifican su trayecto para evitarle. Por la reacción que tienen, da la sensación de que lo perciben como el loco del barrio o algo así. A mí me encanta. Lo prefiero a los que van con sus auriculares aislados del mundo real. A los que van con prisa, también aislados del mundo real. A los que van hablando por teléfono, también con auriculares, dando la sensación de que van hablando solos. A los que van wasapeando por una calle real que se vuelve invisible, porque van absortos en la pantalla. El móvil les impide disfrutar de mi calle con sus árboles, sus bancos, sus escaparates de librerías, de comercios de ropa, de informática, de deporte, con la puerta de un colegio, con tres cafeterías, un bar, una peluquería y una administración de lotería. Mientras camino por mi calle, pensando en el hombre de los buenos días y en los que transitan ensimismados, me pregunto si no me habré dado cuenta y me ha absorbido un metaverso. 
Por la tarde, a veces, hay un grupo de música celta. Hace unas semanas, encontraron un anillo en la funda del violín donde recaudan la voluntad de los viandantes. Era una alianza con un nombre grabado y una fecha. Se le debió caer a su propietario cuando echó su aportación en la funda del violín. Estuvieron buscando al dueño para devolverle el anillo que seguro tenía valor sentimental. Tengo que averiguar si lo localizaron. Quizá sea una nostálgica o una superviviente de la vida analógica, pero si no fuera por estas historias callejeras reales, si no fuera por estas relaciones de contacto visual, de piel, de olor (¿hay olor en el metaverso?); ahora no podría estar escuchando, mientras escribo este artículo, la música de Pablo Milanés. Pablo Querido. Pienso que si Pablo Milanés no hubiera vivido en ese mundo real como el que habita el hombre que da los buenos días o como el que sirve de escenario al grupo de música celta, no hubiera podido inspirarse para componer tantas y tantas canciones como nos ha dejado. Escucho Yolanda, la canción que le dio nombre a mi hija. Me emociona, la verdad. Por todo: por la pena de que su autor haya fallecido, por los recuerdos de aquella maternidad estrenada, por la memoria de los lugares en los que escuché la canción y en los que elegí ese nombre para mi hija, por la seguridad que ella me aporta y por el amor que siento cuando la miro y escucho. Las canciones de Pablo Milanés son la vida de carne y hueso, la vida en la que yo pisaré las calles nuevamente, el breve espacio en que no estás. Son la vida de verdad.