Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


A la última

08/09/2019

Volvía al puesto habitual de trabajo con cierto enojo pues el ordenador empezó a desordenarse acabando con un infame bloqueo. Nada importante, tan solo había llenado su disco duro con misteriosa basura informática que se formaba solo con sus viajes ciberespaciales; sin embargo, la máquina era un último modelo para navegar del uno al otro confín de los mundos virtuales. Varios días duraron las operaciones llamando a los técnicos que mordían la ya tantas veces mordida manzana del paraíso para limpiar el disco duro, vaciándolo, a fin de poder comenzar de nuevo. No habían inventado ningún programa que pudiera arreglar ese entuerto; sin embargo, sí tenían la opción de aumentar su espacio en una nube donde podría albergar información o recuerdos a un módico precio. En resumen, última tecnología, pero siempre pagando más para cambiar al nuevo artilugio y así sucesivamente, dando de nutrir a esas grandes empresas multinacionales que se están tragando con sus ingenios el planeta. 
No obstante, allí no acabó todo, pues presto vinieron los técnicos de la empresa donde trabajaba al despacho para llevarse un antiguo aparato -en perfecto estado- y reemplazarlo por otro; todo había cambiado, la red, el sistema de organizar… ¿acaso no hay quien haya analizado y mostrado el tiempo que se malgasta en ponernos innecesariamente al día? Muchos elementos simplemente estaban ocultos o habían cambiado de lugar sin ninguna mejora sustancial; simplemente, los programadores consideraban que se notaban más sus actualizaciones cambiando su aspecto y estructura, conllevando llamadas a la secretaria, a los técnicos y al cabreo para ordenar de nuevo el ordenador. La tecnología. Pero a veces aplasta. Cuando acudió a comprar un disco duro para hacer los cambios necesarios que le demandaban desde la India unos empleados mal pagados que apenas sabían castellano, al teléfono para estos desaguisados, descubrió un rasgo muy positivo de la Unión Europea, pues habían obligado por ley a unificar los cables para el futuro evitando gastos, pérdidas de tiempo y desperdicios inmensos produciendo diversos y contrapuestos elementos, como en las máquinas de impresión con los cartuchos. Mas luego vino lo opuesto, tuvo que abrir una cuenta en un banco extranjero y por ley europea y con la pretensión de localizar el dinero negro tuvo que firmar más de 20 veces en modo digital -algún genio maléfico de Bruselas diseñó tan estúpido método- sin poder leer los contenidos -aunque lo hiciera no los habría entendido, sinsentido legislativo- pero para poder acceder a la cuenta necesitaba un teléfono con un gran almacenamiento y las conexiones del último invento. 
¿Y los jubilados que habitan una aldea y apenas leen de los periódicos sus cabeceras? Las tecnologías pueden convertirse en nuevas tiranías si no dejan abierta la alternativa para poder hacer también las cosas como siempre se hicieron.