Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


El 'premio de consolación' del Ministerio de Sanidad

25/03/2020

El Ministerio de Sanidad es, acaso, el puesto público que menos desearía alguien desempeñar en estos momentos. Lo malo ha sido que, tradicionalmente, ocurría lo contrario: este Departamento era como una maría, algo que se entregaba a alguien absolutamente ajeno a la materia para recompensar su lealtad política y porque no había nada mejor que darle. Junto con Educación -a la que se daba tan poca importancia que llegó a acumularse, en dos gobiernos sucesivos, con la portavocía del Ejecutivo-, Sanidad ha sido, y eso que ambas son clave para la definición del Estado de bienestar, tarea secundaria. Asignatura nunca considerada esencial en las actividades de la gobernación, casi un transportín en la mesa del Consejo de Ministros. Que Jesús Sancho Rof, Celia Villalobos, Leire Pajín o Ana Mato hayan desempeñado esta cartera indica a las claras que se encomendó a personas con nula relevancia ni conocimientos en el mundo sanitario. Y me temo que lo mismo le ocurre al actual titular, Salvador Illa, persona, por lo demás, y no lo digo por equilibrar la balanza, llena de merecimientos políticos y personales.

Entre las muchas cosas que habrán de cambiar cuando, dentro de algunas semanas, acabe la tragedia será la propia concepción de la salud, derecho inalienable del ciudadano y, sin embargo, no contemplado como tal en la Constitución española, que sí recoge, al menos, el derecho a la 'protección de la salud', lo que no es exactamente lo mismo. Quizá por este desdén, quizá porque con la crisis de la gripe A se acumuló material en exceso, quizá por bisoñez, los avisos que llegaban acerca de esta pandemia, perfectamente sintetizados por Bill Gates en un vídeo que se ha hecho viralmente célebre, y también por expertos nacionales, como el doctor Martínez Olmos, que fue secretario general de Sanidad, se desoyeron o se minimizaron. Y así hemos llegado a esta gravísima falta de material básico para combatir este coronavirus que nos despierta cada día con nuevas y alarmantes cifras de muertos, hasta convertirnos en un triste récord mundial.

Quiero destacar que no estoy diciendo que todo se haya hecho mal, que el Gobierno ha fallado estrepitosamente o que otros países lo hayan hecho mucho mejor. La crítica es fácil, sobre todo cuando se hace desde la barrera. Solo digo que acumulamos más del diez por ciento del total de los contagios en el mundo -conocidos; la realidad debe ser mucho mayor, dicen todos los expertos- y más del once por ciento de los fallecimientos en el resto de los países del planeta, mientras que apenas llegamos al tres por ciento de las recuperaciones censadas, que en esto el descontrol estadístico también me parece grande. Y es preciso buscar las razones por las cuales una nación con la magnífica sanidad que tiene España, con los profesionales perfectamente formados y entregados -casi todos muy irritados, por cierto, con el actual Gobierno- que indudablemente tenemos, se está mostrando tan lenta a la hora de combatir el virus.

Cuando todo esto acabe, que acabará, se buscarán responsables concretos. Y pagarán algunos justos por los muchos pecadores que, entre todos, por unas razones o por otras, hemos sido. Desde luego, no pondré en la primera picota a Salvador Illa, el actual ministro de Sanidad, licenciado en Filosofía y Letras y político notable en el socialismo catalán. Había que colocarle, en cuanto que representante del PSC, en algún sitio del Gobierno de coalición. Y recordemos que don Pablo Iglesias había rechazado la cartera de Sanidad que le ofreció Pedro Sánchez por considerarla 'poca cosa'. Creo que Illa, desde el inicial desconocimiento, desde la constatación de que, en apenas siete años, el Ministerio ha perdido más de mil quinientos funcionarios y a varios de sus mejores técnicos, lo está haciendo, si no bien, lo mejor que puede.

Nadie está preparado para una pandemia cuyo único precedente, en cuanto a gravedad y en cuanto a probables consecuencias económicas, solo puede encontrarse hace más de un siglo en aquella gripe española de 1918. Y menos aún está preparado un Gobierno surgido exclusivamente de la voluntad de la toma del poder, como este. Así consideradas las cosas, Illa no es sino una pieza en el tablero, una pieza con cara amable, voz pausada y tímida y ademanes conciliadores. Bueno, ya es algo en comparación con otros. Y las enfermedades también se curan cuando confías en el médico. O, si no, hay que conformarse, en el filósofo.