Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Mientras quede la voz

08/11/2019

Estoy triste. También alegre. Es una sensación agridulce. Hace unos días la radio, mi radio, mi Cadena Ser, sufrió un ciberataque. ¡Cómo escuece! Es mi casa, mi vida. No son solo los 25 años que día tras día he atravesado su puerta, excepto  los cuatro meses de bajas maternales y otros diez de merecido olvido. En la Ser me he hecho periodista. Pero ante todo, en la Ser me he hecho persona. He crecido. He conocido a cientos de personas que me han enriquecido, unas por admiración y otras como ejemplo de lo que no deseo. He aprendido lo que quiero y especialmente, lo que no quiero. Soy lo que soy, en gran medida, a las horas que he vivido metida en esos estudios, en la redacción y fuera de ella; con mi micro por las calles sorianas, por Valonsadero, por las salas de prensa de tantas instituciones y organismos. Mi micro es ya una extensión de mi brazo y de mis palabras. Es además una llave maestra que te abre las puertas de cualquier lugar. Su esponja amarilla y sus letras azules se convierten en la credencial que te permite entrar en cualquier espacio físico y emocional. 
El lunes se desmoronó ese mundo en el que me paseo con la comodidad y la familiaridad que me da mi casa. Nos arrebataron los sonidos. Nuestros sonidos. Nuestras palabras. Y a los oyentes les robaron las que ya son sus voces: las que les despiertan, las que les dan el tiempo, las que les entretienen y animan a todas horas, con las que ríen y también lloran,  las que les informan, las que les hacen sentir que los de la radio somos su familia. Esas mismas palabras que a nosotros nos hacen sentirnos vinculados a ellos convirtiéndose en ese cordón umbilical que nos alimenta. Durante estos días han sido infinitas las llamadas, los mensajes y hasta las visitas presenciales más que para saber sobre el problema, para arroparnos y para sentirnos. Los oyentes se han mostrado como huérfanos hambrientos de una compañía que se había vuelto aparentemente eterna. Reclamaban una pizca de nuestras voces a cambio de una pizca de sus almas, de las que nos han ido entregando, a pedacitos, durante tantos años.  
Este sabotaje nos ha servido, a los que hacemos radio y a los que la escuchan, para comprobar que aunque los tiempos cambian que es una barbaridad, que están llenos de hashtag, de arrobas, de nuevas herramientas que permiten comunicarse a la velocidad del rayo, la radio sigue tan viva como siempre. La radio es magia. Lo escribió Roger Taylor y lo cantó Freddie:  «Nos hiciste sentir que podíamos volar». No van a silenciar la radio. Sigue sonando. Seguirá sonando mientras tengamos voz, aunque a alguno se le haya ocurrido atacar nuestra libertad que comienza cada mañana al encenderse el piloto y desear: «¡Muy buenos días!».