Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


La cuarta ola

30/01/2021

La cuestión sanitaria, la presión hospitalaria, las cifras insoportables, los ingresos, las secuelas físicas, las muertes… Nada hay más importante, cualquier otro asunto relacionado con el covid queda en segundo plano. Y, sin embargo, no puedo dejar de pensar en la huella psicológica que esta pandemia retransmitida en vivo y en directo nos está dejando a todos, porque no creo que nadie se libre. Los más optimistas, incluso científicos reputados que saben de lo que hablan, ven en el verano la fecha que marcará el final de este horror que estamos viviendo. Los más pesimistas, incluso científicos reputados que saben de lo que hablan, lo sitúan en el próximo año. La masa seguimos a la expectativa, cruzando los dedos para que las vacunas lleguen pronto y lleguen a todos, haciendo oídos sordos a las noticias que sitúan la codicia de algunas firmas farmacéuticas por encima del bien común. 
Me hablaba un amigo hace poco de la marca negativa que el virus está dejando en las relaciones humanas de cualquier nivel, de amistad, de familia, de pareja… Las pantallas no sustituyen el roce, y ya sabemos lo que eso implica, que el cariño se diluye como el eco. También he leído que estamos concentrando amistades y amores en las personas que de verdad merecen la pena. Realmente no sé si esta situación, cansina, pero transitoria, cambiará la forma de relacionarnos para siempre o todo volverá a su cauce, cuando el río deje su obstinado desborde. Pero el tiempo pasa, inexorable, y son horas preciosas difíciles de recuperar. Como las de todos los niños y niñas que dejan de jugar en la calle; las de los mayores que contemplan el lento transcurrir de la arena del reloj sin poder compartir ratos con los nietos, ratos que no volverán; las de los adolescentes, los jóvenes, que han visto cortadas sus alas justo en el momento de sus vidas que más las necesitan; las de aquellos que ven cómo un familiar, un amigo, entra en un hospital sin saber cuándo volverán a tener noticias suyas…
Toda esta situación es un terremoto emocional incalculable, con daños difíciles de cuantificar. Los expertos auguran que la cuarta ola será la de la depresión y la ansiedad. Y no es difícil de entender que así será, aunque no hayamos pasado por la enfermedad, aunque los nuestros estén bien, aunque todo vuelva a una cierta normalidad. Ahí estarán el miedo, la impaciencia, la nostalgia anticipada, la soledad, la pérdida de vínculos, de perspectivas y de confianza; el tiempo escurrido, como agua entre las manos. A ver cómo se gobierna algo así. 
Con toda la pena que me produce esta situación, especialmente por el desánimo de los más mayores que ven que su tiempo se acorta sin poder disfrutarlo, y la ansiedad y desesperación de los jóvenes, que también ven pasar el tren de las horas que necesitan para relacionarse, para abrirse paso en la vida como les corresponde, siento cierta curiosidad por lo que está por llegar. Querremos recuperar el tiempo perdido a toda costa o estaremos prevenidos; seremos más descreídos o más confiados; será cierto que las relaciones humanas serán distintas o no; cambiarán nuestras prioridades o no habremos aprendido nada; daremos más importancia a la salud o no; vendrán años locos de desenfreno o, al contrario, nos volveremos más espirituales; seremos más solidarios y sociales o más individualistas y solitarios…Por mucho que queramos ser los de antes, ya somos otros. La cuestión es si mejores.