El mercado de invierno es algo más que un estercolero y algo menos que un bazar de urgencias en el que se fraguan movimientos oscuros que intentan tapar las miserias de los equipos; algunos porque se equivocaron en la planificación, otros porque se vieron golpeados por las lesiones, otros por puro capricho y otros porque los calendarios y la legislación les permiten planificar la siguiente temporada en enero.
El más oscuro de los movimientos de este año fue la salida de Braithwaite rumbo a Barcelona, no tanto porque el Barça no necesitara un delantero como por la situación del Leganés, equipo vendedor, con el agua al cuello en la lucha por la salvación y sus dos mejores jugadores (el danés y El Nesyri, fichado por el Sevilla) saliendo en el mercado invernal: la legislación permite al equipo con bajas de larga duración reforzarse… pero no así al equipo perjudicado por la venta.
A falta de que la legislación cambie (la UEFA y el resto de Ligas medianamente serias del planeta no permiten estas operaciones: la lesión, mala suerte, forma parte del deporte), hay cierta justicia poética en medio de la irrupción de las cuarentenas y la suspensión de las competiciones, convirtiendo en algo inútil una contratación tan polémica: Martin Braithwaite, estupendo jugador de clase media con una oportunidad colosal ante sus ojos, arrancará la próxima campaña (se juegue cuando se juegue) lejos de la Ciudad Condal. Suárez estará recuperado, tal vez Dembelé a falta de la centésima recaída e incluso Neymar estará de nuevo llamando a la puerta del Camp Nou. Y el danés, con un puñado de minutos en azulgrana, se encogerá de hombros cargadito de resignación y culpará al destino: «Mala suerte...». Si esa justicia poética fuese completa, el Barça debería ponerle un lacito rumbo a Leganés.