Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


Cambio mental

15/12/2019

La Cumbre del Clima de Madrid ha puesto de nuevo encima de la mesa y de las agendas políticas, los gravísimos problemas de salud y de supervivencia que vive el planeta por la desaforada producción y la inacción de los gobiernos para frenar lo que ya es una evidencia y nadie puede negar: el cambio climático. Múltiples casusas están detrás de este calentamiento global que muchos expertos consideran irremediable y que hay que frenar si no queremos ser los responsables de la destrucción de la Tierra en apenas unas décadas. Las administraciones nos exhortan a reciclar, a consumir menos plásticos, a no malgastar agua y a otras muchas acciones y me parece que es lo que tenemos que hacer. Pero no podemos quedarnos en unos cuantos gestos de cara a la galería, mientras los gobiernos nos meten de lleno en políticas que gravan las energías alternativas, mientras la industria impide que el común acceda a una tecnología que está ampliamente superada y que ya nos podría permitir conducir coches eléctricos a un precio razonable, usar transportes públicos mucho menos contaminantes, reciclar residuos a gran escala, transformar materia orgánica en energía, etc. Detrás de todos los problemas del planeta está lo de siempre, el cortoplacismo, los intereses económicos, las cuotas de poder.
Un verdadero cambio de rumbo requiere un cambio de mentalidad y aquí es donde volvemos una vez más al origen de todo: la educación. Nos importa mucho si nuestros estudiantes son buenos o malos en matemáticas, pero nos da igual si no han aprendido a ser respetuosos con el medio que les rodea. Y es algo fundamental, porque ese aprendizaje sería clave para que las ingenieras del futuro, los médicos, las juezas, los gobernantes… tuvieran claro que el cuidado del medio ambiente es importante y hay que trabajar por él desde todos los ámbitos de la vida.
Y en este negro presente, ese cambio de mentalidad no comienza reciclando los plásticos, sino reflexionando en cómo consumimos, en cómo vivimos. Siempre he pensado que tenemos mucho más poder como consumidores que como votantes, porque, al fin y al cabo, lo que inclina la balanza es el beneficio. De nada sirve dejar de comer carne o pasarse al tofu por el planeta mientras seguimos consumiendo ingentes cantidades de ropa que no necesitamos fabricada de sospechosas maneras y compradas a gigantes del comercio mundial, por poner un ejemplo de incongruencia muy común. Informarnos de lo que compramos, hacerlo en los comercios de proximidad, valorar lo artesano, cocinar, compartir, reutilizar, tener en cuenta a los productores que respetan el medio ambiente, intentar no dejarnos manipular, valorar un ocio alternativo a las compras, no volvernos locos en Navidad, son ejemplos al alcance de cualquiera y mucho más efectivos de lo que creemos. 
Y el paso más allá es comprometerse, si no políticamente, socialmente. Asociarnos como consumidores, como usuarios, como clientes, como vecinos y exigir mejores prácticas comerciales, mejores precios, políticas mejor orientadas… porque juntos tenemos el poder que se pierde en las quejas inútiles.