Con la del martes ya son tres las ocasiones en las que Pedro Sánchez ha dado por hecho que estábamos ante el principio del fin de la pandemia. El año pasado, a principios del verano, fue el único que vio lo que el resto de los españoles no vimos. Según su decir : "habíamos derrotado al virus". En vísperas de las elecciones catalanas volvió a calarse la túnica de profeta para, preso de un optimismo desmentido posteriormente por la realidad, anunciar que se veía ya luz al final del túnel.

Pese a los retrasos en la vacunación, a ése registro que promete el cercano final de una pandemia que se ha cobrado la vida de más de noventa mil compatriotas añade otro anuncio: el 70% de la población-treinta y tres millones- estarán vacunados a finales de agosto.

A la vista de los retrasos que está sufriendo el calendario de vacunación sería un acto de fe dar por buena esa fecha. Hablo de retrasos atribuidos a la falta de vacunas o a la llegada tardía de determinados lotes por no hablar de las lagunas que están dejando en el limbo a varios millones de ciudadanos de edades entre los sesenta y cinco y los ochenta años.

Aplazar la vacunación a las personas comprendidas en ese segmento de población, en principio una medida dictada por la prudencia ante la aparición de determinados episodios de trombosis sufrida por algunas personas que habían sido inyectados con AstraZeneca, ha sembrado una semilla de desconfianza en todo el proceso.

Aún así, continuar con la vacunación es imprescindible por ser muy superior el beneficio a los riesgos potenciales. Lo que no necesitamos es que los políticos conviertan la vacunación en argumento de campaña electoral como lo ha hecho el Presidente del Gobierno. Que dejen las cuestiones sanitarias en manos de los profesionales. El Gobierno debe centrarse en la intendencia; allegar más dosis para que cada día se pueda vacunar a más gente. Y que Sánchez se deje de profecías. La noticia del final de la pandemia ya la publicaremos los periódicos cuando sea verdad.