Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Las olas del transatlántico norteamericano salpican a todos

01/11/2020

El próximo martes, 3 de noviembre, se celebran elecciones presidenciales en Estados Unidos. Podría parecer que esta cita electoral nos queda muy lejos, y más en estos tiempos de pandemia. Pero no es así. La primera potencia económica del Planeta es como ese gran péndulo que ejerce una influencia mundial de consecuencias telúricas a la que ningún país, y menos Europa, puede permanecer ajena. Cierto es que la crisis sanitaria por la Covid-19 no solo ha enrarecido la política a escala nacional, sino también la internacional, hasta el punto de que los intereses fluctúan a golpe de decisiones de líderes mayestáticos de dudosa credencial moral. Pero no quiero desviarme de lo que está a punto de suceder el próximo martes en unas elecciones en las que todos, también los españoles, nos jugamos más de lo que pueda pensarse.

Conviene subrayar que tal vez estemos ante las elecciones norteamericanas más polarizadas de la historia, aunque con menor énfasis en los aspectos ideológicos que en la ‘guerra sucia’ propiciada por los ataques personales y la generación del miedo. Ambos partidos en liza se han alejado de sus respectivas posiciones internas extremas: los republicanos, de las ideas más conservadoras del ‘Tea Party’ y los demócratas, de las ideas más izquierdistas de Bernie Sanders.

La campaña de Donald Trump se ha centrado en defender sus logros económicos y su política exterior e interior de mano dura y defensa del orden, reiterando los ataques a Joe Biden por su supuesta incapacidad mental, los casos de corrupción familiares y el hecho de que lleve toda su vida en política sin logros significativos. A lo que se ha unido esa línea ideológica de asociar al partido demócrata y a sus lideres con el desorden interno por las revueltas auspiciadas por la izquierda. Trum, fiel a sí mismo, y acorralado por las encuestas más desfavorables, ha intentado a golpe de twit en tratar de desviar la atención de la opinión pública sobre sus incumplimientos para advertir a los electores sobre el error que supondría la vuelta a lo que él llama un país de políticas blandas sobre el que todo el mundo abusa.

Por su parte, la campaña del demócrata Joe Biden se ha centrado en desacreditar a Trump por su errático comportamiento, sus mentiras continuadas y su nefasta gestión de la pandemia. A lo que se suma también la crítica abierta a su política exterior y el rechazo del apoyo indisimulado a la supremacía blanca que ejerce el líder republicano. Biden ofrece subidas de impuestos a los mas ricos (con ingresos superiores a 400.000 dólares anuales) y mejorar el acceso a seguros médicos, pero lejos de las propuestas más extremas de implantar en el país una sanidad y una educación superior totalmente públicas.

Matices aparte, ambos candidatos han virado más hacia el centro en sus respectivos partidos, lo que, unido a que estamos hablando de una nación con unas instituciones muy sólidas, puede deparar una nueva legislatura sin cambios muy significativos, sea quien sea el ganador. Un ejemplo, aunque a algunos pueda parecer menor, es la defensa del medio ambiente, cuestión en la que un gobierno demócrata enarbola más alta esa bandera, pero al final ambos candidatos ya han asegurado que mantendrán las extracciones por el sistema de fracking para obtener gas y petróleo.

Sin duda, en el ámbito internacional, con un gobierno presidido por Biden habrá mayor acercamiento a Europa y un hipotético endurecimiento de las relaciones con países como Rusia. Pero el verdadero talón de Aquiles para Estados Unidos seguirá siendo China, país con el que ha comenzado una nueva guerra fría que cualquiera de los dos candidatos norteamericanos se verá obligado a mantener.

Otro aspecto que, en teoría, marca diferencias entre ambos es el relativo a las políticas de inmigración. Pero, a pesar de que el mensaje publicitario es diametralmente opuesto, las acciones prácticas a la hora de la verdad no distan mucho si se hace una sencilla retrospectiva histórica.

Así las cosas, el debate político de esta trascendental cita electoral en EEUU ha perdido cierta base ideológica que caracterizó convocatorias precedentes, lo que hace presagiar un martes ajustado en las urnas y una traslación internacional, a partir de la toma de posesión de la presidencia por parte del ganador el próximo 20 de enero, de una política sin excesivos cambios. Al fin y al cabo, estamos ante un país tremendamente grande en todos los sentidos, con una enorme inercia y que, al igual que un superpetrolero, cualquier cambio de rumbo y velocidad requiere tiempo y habilidad para sortear las gigantescas olas internas y externas. Como vaticina más de uno, podría decirse que todo puede cambiar para seguir igual, pero uno piensa que en política el talante personal también ejerce la fuerza suficiente como para hacer virar el barco a tiempo para un lado en lugar de otro. Y aquí, Joe Biden gana enteros.