Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


Mentes de plastilina

16/05/2020

El coronavirus nos está cambiando la forma que conocíamos de trabajar, de relacionarnos, de vivir. La duda está en si este cambio será coyuntural, hasta que podamos retomar una cierta normalidad y se nos vaya olvidando poco a poco, o permanecerá en nosotros, de forma que cambie estructuralmente nuestra vida. Y cuando hablo de nuestra vida, lo hago del entorno cercano, de este país, si es posible hacer una media, aunque ya vemos que cada día crecen las diferencias y se hacen más pequeñas las semejanzas. Hay una teoría de comunicación que se conoce como relatividad lingüística o hipótesis Sapir-Whorf. En los años 40 los estudiosos Edward Sapir y Benjamin Whorf alimentaron una corriente de pensamiento contraria a la gramática universal de Noam Chomsky. Consiste en creer que hay una cierta relación entre las categorías gramaticales del lenguaje que una persona habla y la forma en que la persona entiende y conceptualiza el mundo. Al parecer, se demostró que basaban la teoría en experimentos erróneos, pero no es difícil creer que nuestra forma de pensar tiene mucho que ver con las palabras que usamos para definir las cosas. 
La escritora bielorrusa, Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura, y autora del libro que inspiró la exitosa serie de televisión sobre la central nuclear de Chernóbil, hablaba recientemente en una entrevista radiofónica sobre su última obra, dedicada al amor. La escritora y periodista señalaba la pobreza del idioma ruso en asuntos amorosos, en contraposición al prolijo castellano, lo que creía que influía en la forma de amar. No sé si se ama más si el lenguaje permite expresarlo mejor, pero se ama diferente, eso seguro. 
Es evidente que el lenguaje modela la forma en la que pensamos y nos relacionamos, junto a otras experiencias, y lo hace además desde que nacemos. La situación que estamos viviendo, por anómala y extraordinaria que sea, es transitoria, no está instalada en nuestra mente como un programa nativo, pero creo que sí es capaz de cambiar determinadas conductas y formas de ver la vida. Al fin y al cabo, hechos puntuales que nos marcan por su intensidad, en positivo o en negativo, son capaces de hacer que variemos el rumbo. Y este encierro involuntario, la tragedia de tantas personas que han perdido seres queridos, la imposibilidad de relacionarnos con normalidad, la soledad, el miedo al contagio, a no tener trabajo, la enfermedad, y todo ello a escala planetaria, es suficiente como para que muchas personas modelen su pensamiento.
Olvidar lo negativo también es muy humano, y estamos todos deseando volver a la vida anterior a este bicho, y en muchos sentidos lo haremos, pero también creo que ya nada será lo mismo; de nosotros depende si hacemos de esta experiencia un acicate para mejorar nuestro paso por aquí y nuestro entorno, la forma de relacionarnos con los nuestros, de apreciar las cosas que realmente merecen la pena, cambiar el estilo de vida, respetar más la naturaleza y sus ciclos, desterrar el consumismo irracional, respetarnos y comprendernos mejor, plantearse una nueva relación con el trabajo, con el espacio en el que vivimos… o volver al punto de partida sin más reflexión y demostrar, como muchos hacen, que no han entendido nada.