Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Pandemia, menores y salud mental

26/06/2021

Leíamos a comienzos de esta semana que la pandemia había pasado factura en la salud mental de los y las jóvenes, experimentando un repunte de los trastornos de tipo emocional. El texto ponía el foco en las conductas autolesivas e intentos de suicidio entre este sector de la población, pero también en otros desajustes, como la fobia escolar o los trastornos de la conducta alimentaria. Cierto es que nadie estaba preparado para esta crisis sanitaria, pero la realidad es que las herramientas para lidiar con ella son diferentes respecto al grupo social al que se pertenezca. Y hay que reconocer que la juventud ha salido bastante mal parada. Durante la adolescencia, el grupo de iguales es fundamental para conformar nuestra personalidad. Y el hecho de que hayamos tenido que permanecer tantas semanas encerrados, alejados físicamente, ha supuesto una enorme traba. Tampoco creo que sea sencillo sobrellevar la nueva normalidad, con toque de queda, mascarillas y restricciones horaria y de movimiento. Y es que es durante la pubertad cuando realmente descubrimos el mundo que nos rodea. Un mundo que, para una generación, se ha acotado y limitado tanto que ha perdido su interés. 
Aquellos policías de balcón que surgieron durante el confinamiento -y que al recuperar la posibilidad de salir a la calle extendieron a ella sus labores de espionaje y denuncia- han sido muy críticos con la población de este rango de edad, tachándolos de insensatos y desconsiderados. No obstante, no hemos sido justos, ya que la libertad entre los 15 y los 25 años es mucho más necesaria que en otros momentos de la vida. Es relevante también poner el foco en cómo la salud mental está comenzando a jugar un rol que hasta el momento no había tenido. Y es que cuidarla es tan necesario e importante como cuidar la salud física. Durante décadas, la enfermedad mental ha sido uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad. No obstante, poco a poco, se va naturalizando el hecho de asistir a terapia. Creo que en este proceso las redes sociales han jugado un papel importante (reciente está la publicación de Dani Martín en Instagram, en la que reconocía abiertamente y con orgullo que asistía al psiquiatra). Pero todavía queda mucho por hacer.
Decía el cantante que el psiquiatra «es un gimnasio donde la cabeza y las emociones se equilibran, se deshacen nudos y conoces de dónde vienen muchas cosas (…) donde aceptas, donde asumes, donde soy feliz». Desde luego, la terapia es un proceso de aprendizaje más que de sanación. De autoconocimiento y de adquisición de herramientas para lidiar con la vida. 
La salud mental va más allá del tratamiento de las enfermedades diagnosticadas. Es un recurso que nos facilita el camino para llegar al bienestar y la plenitud. Nos descubre creencias aprendidas -y dadas por irrefutables- que determinan nuestro comportamiento. Nos ayuda a comprender cómo funciona nuestra mente, a conseguir regularla y evitar que sea el pensamiento el que toma el control. E incluso nos facilita la reconciliación con nosotros y nosotras mismas.  Y, cuanto más nos conozcamos, cuanto más nos reconozcamos, más sencillo será abordar las vicisitudes de la vida. Educar en el cuidado de la salud mental es invertir en una sociedad más equilibrada, más justa, más en paz. Es promover que, más allá de estar bien, la ciudadanía logre una felicidad plena.