Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Indultos, mascarillas y electricidad

27/06/2021

Les soy sincero: si llego a saber que España iba a verse envuelta en el bochinche social generado por los indultos del ‘procés’ y que el Gobierno iba a anunciar de sopetón la nueva norma de uso de mascarillas, habría intentado crear una empresa para fabricar flexómetros. Es el nombre técnico de lo que el común de los mortales llamamos ‘metro’, un artilugio ingenioso con el que trasteábamos de pequeños hasta que un extremo te daba un latigazo junto al ojo al enrollarse de golpe y decidías que era un juguete peligroso. Ahora que lo pienso, no sé cómo los de mi generación fuimos capaces de llegar a la pubertad, porque nos comíamos las tizas, el pegamento Imedio y los palillos y jamás dejábamos que el contenido de un termómetro roto se perdiera sin dejarnos fascinar un buen rato por aquellas bolitas de mercurio que se juntaban por arte de magia.
¿Por qué es una lástima no haber creado una empresa de metros? Porque será la única forma objetiva de que la ciudadanía y, especialmente, agentes de Policía Nacional, Policía Local y Guardia Civil puedan asegurarse de que hay un metro y medio de separación entre personas cuando transiten al aire libre, ya sin mascarilla.El asunto no es para broma, no solo por la protección de la salud, sino también por la protección del bolsillo, porque las multas pueden ser de abrigo.
En realidad, nunca he tenido claro desde dónde se cuenta ese metro y medio. ¿Desde el dedo corazón, con el brazo extendido, o desde el centro de gravedad del cuerpo en posición erguida? Me lo pregunto cada vez que voy a una terraza, cuando quien está detrás de mí me da un golpe en la espalda al quitarse la chaqueta y cuando me llegan bocanadas de humo. El camarero ya tiene bastante con lo suyo y no voy a pedirle que grite o eche del local a los clientes maleducados y, al final, soy yo quien se va, pensando si en ese humo que he aspirado habría núcleos goticulares de Wells con carga viral suficiente como para mandarme al hospital.
Vamos a necesitar un VAR, como en el fútbol, y un programa informático que demuestre la distancia a la que estamos unos de otros para no volver locos a los integrantes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, cada uno, con su flexómetro oficial homologado. Lo que me da miedo es que, para atenuar las furibundas críticas ante los indultos de marras, no haya bastado juguetear con el precio de la luz y que pueda haberse adelantado tres o cuatro semanas la relajación en el uso de las mascarillas. Más que nada, porque esto no ha terminado en absoluto y, si no, basta fijarse en el aluvión de contagios por coronavirus entre todos esos estudiantes que se fueron de viaje de fin de curso a Mallorca.
Mientras escribo estas líneas, el Gobierno balear alerta de brotes asociados en Madrid, Murcia, la Comunidad Valenciana el País Vasco y Cantabria. A eso hay que añadir que, aunque las vacunaciones han alcanzado un buen ritmo, muchos millones de compatriotas no están protegidos todavía y, aunque lo estén, no hay ninguna evidencia científica de que la vacuna impida los contagios, ya que su efecto es personal e intransferible.
Todo lo anterior me recuerda a esa conocida estrategia de que si lanzas un mensaje, proyecto o decisión conflictiva debes tener en la recámara algo con lo que entretener al pueblo que, como se sabe, es más de series televisivas que de telediarios.