Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


La gran desconexión

27/03/2021

La situación política actual precisa de electores bien informados. Es tal la amalgama y la complejidad de la vida pública española -el juego de estrategias, los regates en corto, los bulos, las deslealtades, los discursos demagógicos o los mensajes subliminares- que hacen falta electores críticos y bien informados para desenmarañar semejante madeja. Pero estos, en realidad, se están convirtiendo en un rara avis, por el hartazgo y la desconexión con la actual forma de hacer política. Que la pregunta de Íñigo Errejón sobre la salud mental, en una sesión de control al gobierno, haya levantado tamaño revuelo por la desafortunada intervención de un diputado del PP, prueba lo distante que está de la realidad la política española. Es como si hubiera vía libre para la bronca y la descalificación.
En el año de mayor necesidad de consensos, por la emergencia sanitaria y económica, asistimos atónitos al mayor clima de crispación en varias décadas, con el agravante de que se ha convertido en un mecanismo que se retroalimenta y que polariza de forma interesada la vida pública. El resultado es una sobreactuación política en los tiempos en que se necesita una mayor importancia de la gestión. Estamos en manos de los estrategas y los expertos en comunicación, que dan vida, a su vez, a una inflación de politólogos, de empresas de encuestas y de analistas políticos, que se afanan por interpretar cada movimiento. Nos perdemos en estrategias políticas, que solo defienden intereses de partido o ambiciones territoriales, o personales, y desviamos la atención de lo verdaderamente importante. La consecuencia es una creciente desconexión con los problemas de los ciudadanos y una desafección de estos con la política.
La fragmentación política actual y la tendencia de algunos partidos a construir trincheras inamovibles, induce un gran escepticismo sobre la posibilidad de llegar a acuerdos en temas importantes. Temas como la financiación autonómica, la recuperación económica, la articulación de Cataluña, la construcción de vivienda pública, el sistema de elección de los miembros del poder judicial, la corrupción, la sostenibilidad de las pensiones o la reforma de la administración. Todos son considerados objeto de la batalla política partidista. Así, la estabilidad y el sentido de estado que tanto priman en otros países europeos, aquí se convierten en una verdadera quimera.
El Congreso de los Diputados se ha convertido en el gran teatro donde se representan las estrategias de confrontación política, con frecuentes acusaciones y ataques personales. Lo vemos sobre todo en las sesiones de control al gobierno y en otras reuniones plenarias. Pero entre tanta mediocridad y crispación, en la vida parlamentaria diaria, la que se realiza en las comisiones, hay debates interesantes y de gran altura intelectual, que pasan más desapercibidos. También vemos debates notables en el seno del gobierno y se han aprobado leyes sociales de evidente trascendencia, que demuestran que se sabe y se puede plantear otra forma de hacer política. Esa es la mayor esperanza, porque el principal beneficiario de la ineficacia política y el actual clima de intolerancia y confrontación son los extremismos. Y esto sí puede acabar siendo un problema serio.