Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Miedo

12/03/2020

Hay una óptica cuaresmal del coronavirus: “Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris”. Convendría que no olvidáramos la calavera, en un mundo pagado de sí mismo y de su misma tecnología pero al que un bichito puede tumbar. Bueno, no él solito: ayuda mucho la impericia de los seres humanos, que en nuestra suficiencia, estamos contribuyendo a que las correrías del virus se conviertan en legendarias.

Las medidas que se están tomando son dolorosas y severas, pero seguramente puedan ir más lejos porque, en realidad, cuando escribo a última hora de la tarde del miércoles, célebres universidades de Estados Unidos como Columbia, Berkeley o Harvard están cerradas al público y aquí este jueves abrirán las universidades de Castilla y León. El Prado ha cerrado “sine die”, pero el Museo Nacional de Escultura está abierto.  Es doloroso, pero la Semana Santa tiene que replantearse urgentemente su formato este año. Y así tantas y tantas circunstancias de la vida cotidiana que deben ser revisadas.

El transporte público, los cines, los acontecimientos religiosos: sólo hay que tenerle miedo al miedo. La determinación es decisiva cuando las circunstancias son extremas. Que sigan funcionando con normalidad los transportes públicos o se sigan celebrando exámenes de oposición, por ejemplo, es una paradoja cuando se ve, por ejemplo, la suspensión de presentaciones de libros en aulas académicas.

No hay razón alguna para aceptar que España esté padeciendo el incremento exponencial de casos como los que están ocurriendo estos días. Lo que ocurre tiene que ver con lo poco taxativa de la actitud que las autoridades gubernativas están teniendo en los albores de esta epidemia. Ya se ha visto cómo en otras latitudes ha habido que cortar por lo sano. Queda claro que el regreso al futuro quedó desactivado.