Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Los abuelos

14/05/2022

Hace unas semanas me sobrevino una sensación diferente, extraña, diría que era la primera vez que la sentía. La tristeza y el regusto dulzón de la melancolía se entremezclaban, a la vez que sentía el principio del fin de una etapa. Que la pérdida traía consigo el cierre de un ciclo sin posibilidad de retorno. Y, con él una niña, de gafas y coleta se quedaba para siempre en el pasado. Si he de ser sincera, no soy yo de las personas que atesoren una gran cantidad de recuerdos nítidos de mi niñez, pero los que permanecen en mi memoria están cubiertos por un halo de felicidad plena. Esta etapa que sentía cerrar comenzaba, varias décadas atrás, entre calles empedradas, rodillas peladas y harinados; el despertar de la infancia, en la que todo es descubrir, experimentar, sorprenderse y vivir. Todo ello bajo el arrullo de una familia numerosa, que recibía una segunda generación -la de los nietos- con la pasión inconfundible de los comienzos y con la avidez de convertir la historia de los lazos de sangre en una suerte de herencia, gracias a la que las costumbres y los ritos propios del linaje encontrarían continuidad.
Dicen que los abuelos deberían ser eternos, pero en cierta manera esa eternidad es implícita a su naturaleza, y comienzan cuando, recién nacido el primero de los nietos, los mayores de la familia se sienten partícipes de su tutela de una manera innata, asumiendo labores de crianza -y de educación- como un privilegio en lugar de como una obligación. Las generaciones más ancianas juegan hoy en día un rol esencial ya no solo a nivel emocional sino también a nivel económico, ejerciendo tareas de cuidados difícilmente cuantificables, y poniendo con ello la nota de cordura a la locura diaria en la que viven envueltas las familias en la actualidad. Cuidados, además, que no son siempre reconocidas y que acaban por infravalorarse e invisibilizarse precisamente a causa de ser consideradas como una obligación y no como un lujo. 
Y cuando el destino pone ante ti la oportunidad de disfrutar de tus ascendientes en un entorno rural, la experiencia se vuelve, aún si cabe, más mágica. Porque todo es distinto a la rutina. Se produce, de este modo, una conexión vital entre el contexto de un pueblo y la plenitud propia de las vivencias que se experimentan en las primeras etapas de la vida. Para mí, todas estas memorias tienen un escenario muy claro, y en la actualidad han supuesto uno de los pilares que ha conformado mi personalidad. 
Hace unas semanas sentía que se cerraba una etapa. Pero en realidad este ciclo nunca podrá cerrarse porque esta férreamente conectado a lo que soy ahora, recuerdos que no son solo parte del pasado, sino que se transforman en referencias que condicionan maneras de pensar, de sentir, de actuar, de vivir. En nuestro pensamiento siempre permanecerán los veranos en los que mis abuelos conseguían reunirnos a la familia (siempre faltaba alguien, idiosincrasia de una familia muy larga). También las sobremesas eternas acompañadas de algún dulce que, con devoción, preparaba la matriarca (y que, esperemos, nos sigan acompañando todavía muchos años). Y, presidiendo la mesa, él, con su rostro, sereno, callado, cobrando protagonismo sin pretenderlo y siempre en búsqueda de la felicidad de los demás. Hasta siempre, yayo. Aquí nos quedamos el resto, tu familia, luchando la vida como siempre decías. 

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