El gol

Diego Izco
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En el funeral de Douglas Kenny, el fundador de la desternillante e irreverente National Lampool (una revista más-que-satírica de los EEUU setento-ochenteros), la gente iba saliendo al micrófono a decir la mayor burrada que recordaba del histriónico genio de Palm Springs, lo que convirtió un día necesariamente triste en su última gran comedia.

Fernando Torres se retira, y en el día de las alabanzas nueve de cada 10 coetáneos del Niño saldrán al micrófono para recordar el minuto 32 de la final de la Eurocopa 2008, las 21,18 de un caluroso 29 de junio en el que España se coronaba en el Viejo Continente: el pase milimétrico de Xavi, Lahm que se confía y mete mal el cuerpo, Torres que se le cuela y mete la puntera y la pelota, mansa y con un efecto que quizás hubiera evitado la euforia en un campo más seco, picadita por encima de Lehman hasta besar las redes del Ernst Happel de Viena.

Otros hablará de su primera y escandalosa temporada en Liverpool (33 goles), de los siete golitos que hizo el año del ascenso a Primera, cuando sólo tenía 18 años y ya era rey en el Calderón sin pasar por el principado, o de aquel remate, ese desmarque, la carrera al hueco, el penúltimo contragolpe… también aquel fallo incomprensible, el regate que nunca salía o el remate que se fue a la estratosfera.

Pero la sensación global, hoy que dice adiós, es que Torres supuso la irrupción de un nueve cuando no sabíamos qué era, cuando esos nueves eran todos extranjeros, cuando el nueve siempre jugaba en otra selección y nuestros nueves eran canijos y ratoneros a la caza del balón suelto o un espacio imposible. David Villa marcó más, pero la revolución Torres fue necesaria para que las defensas rivales se tomasen muy en serio el tiqui taca de nuestro benditos enanos. Todo eso. Y el gol ante Alemania, claro.

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