Una vida dedicada a la medicina familiar y comunitaria

Ana I. Pérez Marina
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Cinco especialistas de Atención Primaria ya jubilados cuentan su experiencia de décadas en consultas rurales y urbanas. Coinciden en que es complicado el relevo a corto plazo

Una vida dedicada a la medicina familiar y comunitaria - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

Seis de cada diez médicos de Atención Primaria cumplen la edad de jubilación en los próximos diez años, según el estudio más reciente del Colegio Oficial de Médicos de Soria. ¿Habrá reposición? Parece complicado, más teniendo en cuenta las previsiones de plazas MIR de médicos de familia previstas hasta 2022. Son algunos de los datos expuestos por el doctor Jesús Manuel Aguarón  (66 años), jubilado desde junio, en el encuentro convocado por El Día de Soria con otros cuatro especialistas de la Medicina Familiar y Comunitaria que ya no ejercen: Pablo González (66 años), Javier Andrés (74 años), José Luis Calvo (71 años) y José María Aragonés (64 años). Todos empezaron en pueblos y algunos siempre fueron médicos rurales. Suman décadas de trabajo en las que han sido testigos directos de la evolución del sistema público de salud, de avances y retrocesos, de atribución o supresión de funciones, de la transferencia de competencias… y de la implacable despoblación que ya era una realidad indiscutible cuando estos galenos se pusieron por primera vez la bata blanca.

Cuenta el más veterano del grupo, Javier Andrés, que el médico de Asistencia Pública Domiciliaria (APD), además de atender a todas las familias del pueblo, sustituía al médico forense, si era necesario, y le ayudaba en las autopsias; era perito médico legal; practicaba el reconocimiento de los quintos que iban a la ‘mili’; era inspector médico de lo escolares; fiscal de vivienda; se ocupaba de los controles de los establecimientos públicos, mercantiles e industriales; asistía a las fuerzas de seguridad; a las familias con menos recursos que formaban parte de las listas de beneficencia… Una larga lista de tareas que marcaron una época, aquella en la que el médico de familia era ‘el médico’, sin más apelativos. Y estaban disponibles las 24 horas, 365 días al año, para cubrir todo tipo de avisos. Años en los que los ayuntamientos tenían la obligación de prestar servicio de farmacia gratuito a los vecinos más necesitados si lo estimaba el médico. Para el doctor Andrés, que comenzó su carrera profesional en 1975, aquella medicina rural era «más cercana, más humana y más directa». Lo que se entiende por ‘familiar y comunitaria’ en toda la extensión de su significado.

Cuatro años después, en 1979, debutó en Osma José Luis Calvo, otro valedor de la medicina rural. Era el final de una década en la que los avisos se recibían a través de la centralita del pueblo. «Como profesional te realizabas perfectamente, aunque los problemas más gordos eran los de pediatría y psiquiatría, porque no los dominabas», admite.

«Cuando empezamos a ejercer en pueblos lo que más echábamos en falta era un compañero al lado [...] Era soledad, angustia de no saber a quién le consulto… no había internet, ni tantos libros como para consultar cualquier duda. Y las dificultades de formación, porque terminabas la carrera y ya está», apunta Aguarón.

Asistían a sus pacientes dotados de un maletín «con un fonendo, un aparato de tensión y unas jeringas de cristal que usábamos con autoclave porque no había ni desechables ni nada», rememora Aragonés. Pablo González, por su parte, recuerda su primer destino en  Tierras Altas, donde era el más joven del pueblo, e incide en que ya era una certeza lo que hoy se define como España vaciada. 

«Teníamos conocimiento no solo de los pacientes, sino de toda su familia. El trato era más respetuoso, el respeto está por encima y por debajo del ‘don’. Todo eso se pierde en la medicina urbana», comenta Aguarón.

puntos de inflexión. Están de acuerdo en que, en las últimas cuatro décadas, ha habido dos momentos clave en el devenir de la Medicina Familiar y Comunitaria: la creación de los centros de salud en 1986 (orden del 6 de junio por la que se aprobaron las normas mínimas de funcionamiento de los equipos de Atención Primaria en Castilla y León) y la última crisis, la que arrancó ‘oficialmente’ en 2008. Puntos de inflexión aderezados por una sangría demográfica acuciante en la provincia de Soria y en la Comunidad autónoma.

«Con los centros de salud ya trabajabas ocho horas y hacías las guardias que te correspondían », explica Javier Andrés. «Fue como pasar de la noche al día [...] Nos mejoró todas las condiciones laborales», redunda Pablo González.

Fue un antes y un después en la Atención Primaria, una apuesta por parte de la administración sanitaria del momento que, hasta entonces destinaba el grueso presupuestario en la medicina especializada. Y la reivindicación de mejoras por parte del colectivo de la medicina de familia siempre ha estado presente. Unas demandas que se multiplicaron tras los recortes que se aplicaron con motivo de la crisis, de los que todavía no se han recuperado. 

Muestran recelos a la hora de referirse al nuevo modelo de asistencia sanitaria rural planteado por la Consejería de Sanidad. Coinciden en que el sistema actual está «acabado», como resalta el doctor Aguarón, y medidas hay que tomar. La clave está en cuál sería el mejor remedio, que parece que llega tarde. Con todo, con los pros y contras de una vida consagrada a sus pacientes, y con decenas de anécdotas y reflexiones sobre el ayer, el hoy y el mañana de la Atención Primaria que no caben en estas páginas, no dudan en que volverían a ser médicos de familia. Lo son y no dejarán de serlo, aunque hayan colgado la bata y el estetoscopio oficialmente.