Cifras con rostro

Antonio Pérez Henares
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Los gobernantes son maestros en el arte de esconder lo que no quieren que se vea, hasta 84.000 muertos que publica el INE como sobremortalidad en 2020

España supera porcentualmente a todos los países del mundo en número de fallecidos por la COVID-19, como también a todos los de Europa en sus consecuencias de destrozo económico y de empleo. - Foto: AP Photo/Emilio Morenatti

Las cifras importan. Su verdad, cuando se logra que lo sea, restalla contra las mentiras y descubre a los cuentistas. Por ello, suele su primer objetivo el camuflarlas, retorcerlas, ocultarlas y mentir con ellas convirtiendo las mentiras en verdades a fuerza de repetirlas y clavárnoslas a martillazos televisivos en el cerebro. Eso es lo que ha sucedido con las de nuestros muertos por la COVID-19 con la complicidad mediática y la falta de coraje periodístico de no exigir la verdad en todas y cada una de las comparecencias públicas de los mentirosos. Ante la contumacia de la mentira era obligatoria la pertinaz exigencia de la verdad. Pero, la gran mayoría se tragó la rueda, incluso con alborozo, como si fuera mazapán. El poder endulza hasta las piedras.

Para taparlas, todo les viene bien. Hasta Filomena. Los gobernantes son maestros en el arte de esconder lo que no quieren que se vea, hasta casi 84.000 muertos según publica el INE como sobremortalidad en 2020. Que esa es la terrible cifra, que no será cabecera de telediario, ni siquiera portada de periódico, ni se les preguntará por ella.

Esa es la cifra real, la terriblemente verdadera, aún provisional por desdicha, debida al coronavirus que muy bien puede que supere al final los 100.000 muertos. Con ella, aunque esto también aparecerá como mucho en algún rincón y se barrerá de inmediato, hemos alcanzado un nuevo podio mundial y subimos a lo más alto del cajón de la tragedia. España, con el 26 por ciento largo de sobremortalidad, supera porcentualmente a todos los países del mundo. Como superamos a todos los de Europa en sus consecuencias de destrozo económico y de empleo.

Son las cifras y sería y es necesario para nuestro futuro y dignidad, la de los muertos y las de los vivos, que se impongan a la mentira y que no se consume para los restos el engaño mantenido desde ya casi hace un año. Pero las cifras en sí mismas, y cuando alcanzan ya tales dimensiones, son frías, no expresan emociones ni las provocan, y cuando ya son de muchos números, de dimensiones cada vez más grandes, y se convierten en estadísticas, dejan de tener rostro, de trasmitir sentimiento alguno, se deshumanizan y ya carecen de impacto, ya casi da igual el número cuando los dígitos se agigantan. Porque en la masa han desaparecido las personas, en la multitud ya no reconocemos a los individuos. Y más aún, cuando ha sido una obsesión durante mucho tiempo el ocultar el dolor, la agonía en los hospitales y los ataúdes

Pero piensen por un momento en ellas y, si no, en su rostro, aunque siempre podrán ponerle el de alguien muy cercano, a estas alturas todos tenemos ya una pérdida, un muerto que nos es propio, les propongo una reflexión y una cuenta con la que quizás podremos percibir mejor la dimensión aterradora de lo que estamos sufriendo.

Vean cuál es la población total de las ciudades en las que viven y entonces piensen en ellas y en que esa cifra de 84.000 muertos, es casi exactamente como si hubieran muerto todos, pero todos, los habitantes de Guadalajara o de Toledo, o Talavera, y 10, 20 o 30.000 más que los de Ciudad Real, Zamora, Ávila, Cuenca, Huesca o todos los de Segovia y Soria juntos. Imagínense cualquiera de todas esas ciudades, la propia suya, donde ya no quedará vivo nadie y, entonces, quizás le cuente mejor su corazón los muertos.

O piensen en esa cifra diaria de fallecimientos, entre 200 y 400 estos días, y miren hacia los pueblos de eso que se dio por llamar la España Vacía de los que son o de dónde vinieron sus ancestros y ustedes van de fin de semana o por los veranos y que esa mortandad significaría la desaparición diaria de varios de ellos al completo. En el caso del mío, en Guadalajara, Bujalaro, 50 habitantes y de muchos de provincias limítrofes supondría cinco al día.

 

Pérdida de valores

Me temo y, aún peor, compruebo que, sin embargo, apenas si quiere mirarse hacia ese lado, la sociedad está dando no precisamente, se diga lo que se quiera para el sobado de lomos generales, lo mejor de sí misma. Más bien, de lo que da pruebas es de su deterioro y su pérdida de valores humanamente reales, aunque tanto se clamoreen haciendo pasar a poses por virtudes. Para muestra un botón y para demostración de lo que somos una prueba constatable cada tarde y cada noche en nuestro masivo espejo. Verán más sollozos, gemidos y lágrimas en cualquier programa de telebasura que han podido ver a lo largo de todo el año pasado por 84.000 muertos.