160 años del eclipse solar que dio luz al Moncayo

Henar Macho
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La observación del eclipse de 1860 congregó a numerosos científicos internacionales y abrió el camino a la cumbre del Moncayo

160 años del eclipse solar que dio luz al Moncayo

El 18 de julio de 1860 hubo un eclipse total de sol. No se trata de un hecho aislado ya que los eclipses totales se producen con una frecuencia anual y son visibles desde una estrecha franja de la Tierra. De hecho, los expertos señalan que desde 1860 hasta 1912 se produjo una etapa fecunda de estas manifestaciones astronómicas que se pudieron avistar desde nuestro país, pero, sin duda, el más significativo para la comarca del Moncayo fue el que tuvo lugar aquella jornada de verano de hace 160 años. El despliegue de medios y especialistas que se congregaron en España para ejecutar aquella observación se ha alzado como referente en la historia de la ciencia astronómica ya que logró fructuficar unas sinergias sin precedentes. Tal y como explica el matemático Jesús Ildefonso Díaz en un trabajo publicado en la Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, aquel evento «se trató de un excepcional episodio en el que España fue, durante un día (de hecho también lo fue durante varios meses antes y después de esa fecha), el centro de atención de los científicos europeos». 

Por aquel entonces los observadores del cielo intentaban encontrar una explicación sobre la aureola que se formaba en torno al disco lunar en el momento culmen de los eclipses: una atmósfera lunar, montañas luminosas en el sol, volcanes lunares, vapores solares... eran las teorías más extendidas. Los astrónomos de la época sabían con buena antelación que la intersección del eclipse con Europa se circunscribiría a una franja peninsular de Bilbao a Valencia. Aunque las primeras fotografías de un eclipse solar se tomaron en 1842, el ensombrecimiento del sol consiguió reunir a diversos grupos de astrónomos en sus observaciones. Llegaron a nuestro país más de treinta expediciones científicas procedentes de once países. Diversos textos apuntan a que, por primera vez en la historia se realizaron distintas fotografías del eclipse desde diversas fuentes que distaban más de 250 kilómetros entre ellas. Esto fue posible porque se estaban superando los problemas del daguerrotipo. Esas fotografías junto a las observaciones directas desvelaron que nada tenía que ver la luna en las protuberancias avistadas durante los eclipses.

El acontecimiento del 18 de julio de 1860 fue objeto de una preparación preliminar a nivel internacional, pudiendo ser la primera de tales características. Y es que las esperanzas puestas en aquel evento eran de gran magnitud. Sobre todo, por el momento del año en que se produjo cuando la meteorología acompañaba a la actividad. Un total de 60 personas, entre científicos y acompañantes, constituyeron la expedición. El entonces director del Real Observatorio de Madrid, Antonio María Aguilar y Vela calculó las coordenadas de los puntos a los que el eclipse dejaría en penumbra y estimó que el Moncayo, a 2.316 metros de altitud, era uno de los lugares más convenientes para estudiar el prodigio solar.

ANÉCDOTAS. Una delegación española y otra francesa eligieron el Moncayo como punto de observación. El astrónomo Eduardo Novella y Contreras encabezó la delegación madrileña. Le acompañaron ayudantes, auxiliares, catedráticos, ingenieros de caminos y un grupo de artilleros para colaborar en los trabajos de campo. Como instrumento principal para la hazaña llevó Novella un anteojo equipado con una buena cámara fotográfica, además d un teodolito Repsold destinado a medir la latitud, un anteojo meridiano de Brunner para determinar el tiempo, un buscador de cornetas de Utzschneider y Fraunhofer de tres pulgadas de abertura, tres cronómetros Dent y un barómetro Winckelman. «Estuvieron dos meses preparando la expedición y tuvo sus más y sus menos por hacerla en la cima de un monte», comenta Blas Jiménez, responsable del Observatorio de Borobia. Entre los días 20 y 21 de junio salieron desde Madrid hacia el Moncayo los instrumentos custodiados y toda la expedición. Los madrileños mantuvieron contacto previo por carta con los astrónomos de París. Se unieron con la expedición española el director del Observatorio de París, Le-Verrier, Villarceau, Chacornat, Foucault y Effendi, entre otros expertos. Los franceses llevaron consigo diversos instrumentos: tres anteojos y dos telescopios con espejos de 20 y 40 centímetros de diámetro.

La subida al Moncayo no fue fácil y los expertos sufrieron algunos vaivenes en su excursión. El 30 de junio subieron al Moncayo los científicos madrileños desde Tarazona. «La senda por la que se asciende se hizo para subir materiales a la cima y es la que se mantiene desde aquella ocasión», explica JIménez. En un primer momento valoraron hacer la observación desde un Santuario en mitad de la ladera pero finalmente decidieron ascender hasta la cumbre donde acamparon teniendo que hacer frente a las fuertes rachas de viento. Construyeron allí una caseta de piedra pero el viento la derribó, por lo que regresaron al Santuario. Las comunicaciones tampoco eran sencillas: «Los astrónomos tenían que estar en contacto con los centros de Francia y España y hubo un grupo bajando y subiendo a Tudela mandando y recibiendo información».

Aquel 18 de julio amaneció el Moncayo rodeado de niebla densa y ambas delegaciones se dividieron en dos grupos. Una parte se trasladó con los instrumentos más fáciles de llevar al llano de la montaña. Otros permanecieron en el Santuario dispuestos a fotografiar las distintas fases del eclipse. Novella tras tomar los instantes de los primeros contactos observó las protuberancias y finalmente la corona. En la falda del Moncayo cambió inesperadamente el viento despejando el cielo pero fracasaron en su intento de obtener fotografías. Pasado el eclipse permaneció Novella y su grupo unos días en el Santuario determinando sus coordenadas geográficas y el 23 de julio abandonaron «aquella insalubre estación», según refleja el trabajo de Jesús Ildefonso Díaz. 

La cita supuso para la zona del Moncayo una promoción importante. «Iba a venir la Reina Isabel II, al final no pudo, pero sí que vinieron algunos políticos y ministros», destaca Jiménez quien recuerda que el Observatorio de Borobia vuelve a subir por primera vez desde entonces a la cima del Moncayo para hacer observación solar. El responsable del Observatorio añade que, curiosamente,  en 1860 conoció Bécquer a Casta Esteban y el día que falleció, en 1870, hubo otro eclipse de sol.