Aislados

Óscar del Hoyo
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El control de la expansión del coronavirus es tan necesario como desmontar alarmismos que generan pánico entre la población

Aislados - Foto: Ion Echeveste

Hay mucha sangre. Un cliente observa cómo el carnicero se concentra en cortar los cuernos de una llamativa cabeza de yak que está expuesta en uno de los locales del tradicional mercado de Wuhan. Hace pocas horas que ha sacrificado al animal en el suelo de la parte de atrás de su tienda, despiezándolo y aprovechando cada parte del mismo. En China todo es susceptible de ser consumido. No se tira nada. 

El zoco está abarrotado. Es jueves, jornada señalada por la llegada de género fresco y día perfecto para adquirir con vida coyotes, ratas, tortugas, murciélagos o salamandras gigantes destinadas al consumo humano. Resulta extraño; el mercado es de pescado y marisco, pero hay jaulas con un sinfín de especies salvajes en cada esquina.

La pandemia de gripe aviar o el SARS detectado hace unos años apenas modificaron las formas de vender animales en el gigante asiático. En los puestos ni siquiera se utilizan guantes y, aunque una mujer barre de vez en cuando con una enorme escoba de esparto, las condiciones higiénicas dejan mucho que desear. Los despojos y la basura se acumulan en cualquier lado.

Del bullicio al silencio. Las autoridades clausuran el mercado tras concluir que es posible que allí se encuentre el foco del brote del coronavirus. La noticia provoca también el cierre de factorías y colegios mientras la cifra de casos comienza a aumentar de manera preocupante. Las calles están desiertas. El miedo se apodera pronto de la población. El contagio es por vía aérea, incluso antes de que aparezcan los primero síntomas, aunque se puede transmitir por objetos o sustancias recientemente contaminadas, así como por contacto humano.  

Hay gritos dentro del hospital de Wuhan. Un hombre acaba de romper el cristal de la habitación donde se encuentra aislado tras dar positivo. Su objetivo es escapar de su confinamiento, pero dos trabajadores del centro sanitario tratan de impedir su huida alzando una silla, hasta que llegan varios miembros de seguridad que logran reducirlo.

A pocos metros de allí, un grupo de ciudadanos chinos discute acaloradamente. Alguien se ha intentando colar en la enorme fila que hay para comprar mascarillas. El desabastecimiento es generalizado. La gente tiene pánico a quedarse sin el medio de protección más básico para evitar el contagio del 2019-nCoV, que ya ha provocado la muerte de más de 170 personas.

Mientras centenares de policías armados, ataviados con trajes especiales, vigilan las principales estaciones, las excavadoras trabajan a destajo para levantar improvisadas barreras en las vías de salida de la ciudad. La situación es límite en el epicentro de la epidemia.

El coronavirus se ha convertido en apenas unas semanas en una de las palabras más utilizadas por los medios de comunicación. El goteo de casos y muertes  ha puesto en alerta a la Organización Mundial de la Salud (OMS) debido, sobre todo, a que su capacidad de contagio es mucho mayor de lo que en un principio se divulgó desde China. Sin embargo, la comunidad médica ya ha advertido que la también denominada Neumonía de Wuhan no es tan letal como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), que en 2002 mató a 774 de las 8.100 personas infectadas en un brote que también tuvo su origen en Pekín. Por este motivo, y aunque la posibilidad de mutación del virus es alta, cobra una vital importancia evitar el alarmismo en la gestión de una crisis que debe estar enfocada a controlar la expansión de una epidemia que tendrá su punto álgido en una semana y que ya se ha propagado, además de por todo el continente asiático, por Europa, Australia y EEUU.  

Episodios pasados similares, en los que las autoridades chinas taparon o tardaron en comunicar lo que realmente sucedía, deterioraron la imagen de un país con 1.300 millones de habitantes que aspira, pese a haber registrado su menor crecimiento en las últimas tres décadas, a convertirse en la primera potencia mundial. De los errores se debería aprender y, en esta ocasión, aunque la economía ya se ha resentido, el régimen comunista intenta dar imagen de estar gestionando correctamente el problema para no perder credibilidad. Para ello, ha implantado un protocolo estricto que, además del aislamiento, de suspender el transporte y de reclamar a los ciudadanos que no salgan de casa sin «razones especiales», recomienda a la población el uso de mascarillas, que se tomen medidas de protección para el contacto con animales y se cocinen todos los alimentos de origen animal. Aún así, existen dudas.

Raquel está asustada. Hace poco ha estado en Hong Kong y tiene los mismos síntomas del coronavirus. Dificultad para respirar, tos, fiebre, dolor muscular...  Falsa alarma. Las pruebas dan negativo y confirman que lo que padece es una gripe; una enfermedad menos llamativa que el 2019-nCoV, pero que en un solo año puede llegar a provocar medio millón de muertes.