Historias mínimas: Cuchillito de plomo

Susana Gómez / J.A. Díaz
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Siento el frío de los hielos esparcidos. Perejil recién cortado. La boca llena de sal y el sueño lleno de peces, diría Mistral.

Historias mínimas: Cuchillito de plomo - Foto: José Antonio Díaz

Le imagino  yendo al mercado. Me pregunto si sus ojos (luz día) nunca descansan. Bajo la mirada y la mañana diáfana, lleva la bolsa doblada y los ojos desplegados. Sus pupilas de fotógrafo repasan la lista de la compra. «Una dorada para hacer a la plancha», explicará cuando le dé en la nariz un leve olor a océano…

Tras el mostrador invento un mandil verde y negro; unos brazos diestros y remangados; un sonido de tijeras abriéndose paso entre la carne escamada. Siento el frío de los hielos esparcidos. Perejil recién cortado. La boca llena de sal y el sueño lleno de peces, diría Mistral. Al final un blanco de baldosas. Un lecho escarchado. Nieve de artificio. 

Habrá que ver si en el viaje llegamos a buen puesto. Desembarcamos, y se multiplican los peces. Un cuchillo de luna (otro día que amanecí lorquiana) atraviesa de parte a parte esta tersa piel de plata. Se escucha un eco como de fragua. Espada del baratillo. Puñalito de los zocos. Daga de ultramar… Un cuchillo es un cuchillo. Los cuchillos de oro se van solos al corazón. Los de plata cortan el cuello como una brizna de hierba… Eso dice Federico en boca de El Amargo. Ya está la dorada partida en dos.

El fotógrafo regresa y cruza el marco (la bolsa entre las manos, el mirar a cuestas). Sobre la encimera de la cocina despliega la bolsa y los párpados. Se desdobla (también) la imagen; las pupilas se topan con dos cabezas de un mismo cuerpo. Y se miran. Las mira y le miran. Impasibles. Inquietantes. De par en par abiertos sus ojos de pez. Las enfrenta y se enfrenta. Retrato casi siamés de una cabeza de plata. Me pregunto si el diafragma estaba cerrado o abierto de turbación. La bolsa de la cámara en la cocina. Las fotografía. Asegura que no ha vuelto a saber nada de ellas hasta hoy. Las miro. Se miran y nos miran. 

Tienen algo de escalofriantemente humano, pienso, y aparto la mirada un instante, inquieta. No sé por qué, en el camino de ida y vuelta me acuerdo de la historia del soldadito de plomo: de su amor por la bailarina, de la pierna que le falta, del golpe de viento en la ventana, del mercado, de la casa, de sus tristezas de plomo y sal. Entonces descubro que es la imagen inmisericorde de aquel pez de Andersen la que me persigue: lo imaginaba enorme, de par en par abierto. Un cuchillo es un cuchillo. El barco sobre la mar… Y el pez sobre la encimera. La cocinera gruesa volcada sobre su vientre. Cuchillito de plomo rasgando el recuerdo, las entrañas rosadas, la piel de plata.

Recuerdo que yo inventaba un mandil blanco; unos brazos diestros y remangados. Un sonido de tijeras se abre paso entre la carne escamada y un océano de memorias se derrama en la mañana. Inunda el día, me pisa los talones. No me da descanso… 

Se despliega en la imagen partida en dos. Espejito, espejito mágico ¿cuál es el más desasosegante? Entonces el espejo (de la madrastra, de Alicia o de la Reina de las Nieves, todavía no acierto a decir cuál) se rompe en mil pedazos y aparece la figura de patito feo que era Andersen, su soldadito de plomo inglés-sin-mirar-los-pies, la tristeza de su amor post mortem convertido en ceniza y corazón fundido. Una ballena se traga a Gepetto y un Pinocho arrepentido corre a salvarlo contra culpa y mareas. Una barca sola y diminuta frente a las olas gigantes. Me hundo en un naufragio de historias; Jonás pide perdón por su desobediencia; en la espiral, el monstruo lo escupe en las costas de Nínive. La cocinera gruesa lleva ahora un mandil verde y negro… como el pescadero y sus tijeras. 

Siento el frío de los hielos esparcidos. Perejil recién cortado. La boca llena de sal y el sueño lleno de peces. Un blanco de baldosas. Un lecho escarchado. Nieve de artificio. Una dorada se mira sobre sí misma. El barco sobre la mar y el soldado en la ventana… Espada del baratillo. Puñalito de los zocos. Daga de ultramar… Los cuchillitos de plomo se van solos a la memoria.