"Si el lector se carcajea, habré logrado mi objetivo"

MARÍA TORRE
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Parece que el novelista de 'la tacita de plata' es algo contradictorio con su tierra, ya que el Carnaval lo ve como una bendición y una maldición. Eso sí, de guasa sabe un rato, «hay que saber reírse»

"Si el lector se carcajea, habré logrado mi objetivo"

El jurado del XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, quizá desconcertado, no le concedió el galardón (otorgado a Turcos en la niebla, de Enrique del Risco), sin embargo quiso reconocer su mérito con una mención especial. Tan especial como este disparate histórico llamado Ave, ciudadano, escrito por José Rodríguez Plocia (Cádiz, 1954). Una  irreverente oda de amor a la ciudad y a la Historia de la tacita de plata, con un toque cinematográfico que ocurre en el siglo XXI, aunque se hace teatral cuando se traslada a la Roma de la Antigüedad. 

Viajamos entre el Cádiz actual y el Gades del siglo I aC. ¿Cómo organizó el tránsito?

Leí a Flann O’Brien porque entrelazaba tres narraciones en En nadar-dos-pájaros. Era «un ejercicio de incoherencia hecho desde la coherencia», decía la crítica. Quizás mi incoherencia fue leerlo. Creo que me influyó más La princesa prometida (sonríe). Me dejé llevar por los personajes. Los impliqué y ellos fueron dándome las entradas y salidas de cada época. Sí es innegable un nexo entre uno y otro momento histórico, la fatalidad, y una forma de tratarlo, con sentido del humor. Pero que la estructura sea entendible es más un mérito de los personajes que mío. 

¿Qué fue antes, la voluntad de recuperar el pasado histórico o la de retratar las penurias presentes?

Más que una cuestión de orden ha sido el devenir de los hechos, al punto de que una de las tonterías o genialidades del personaje es que cree haber llevado a la práctica la teoría de la curvatura del tiempo y conviven en el espacio-tiempo él, Nerón, su cuñado, Calígula, su ex, César, el charcutero, Pompeyo... Ser de la ciudad más antigua de occidente hace que los gaditanos traigan de serie un paquete genético con un poso cultural que, aunque debería, no lo rige la evolución, sino la involución; por eso me planteé añadirle un extra con un combinado de literatura, pelis de romanos y prejubilación de pena. Algo explosivo: historia, disparate... y sentido el humor. 

Uf, prejubilación penosa y humor...

La novela comienza con el personaje envuelto en una sábana, a modo de toga, echado en el sofá cama de escay rojo y viendo una de romanos. Su prejubilación ya no es de pena, es de mierda: su mujer lo ha abandonado por un charcutero, y, encima, tiene que pasarle una pensión. En esta miseria económica y anímica, además de ser poseedor de una depre tiene un pergamino escrito en latín que no sabe leer... Ah, el sofá-cama se lo ha dado su cuñado. Nadie sobrevive esta situación sin sentido del humor.  

Usted, desde luego, no escribe sin él.

Verá... Tengo un poder: sé cuándo alguien ha leído Ave, ciudadano. Viene hacia mí con una sonrisa. Eso me gratifica. Cierto que me ha movido la Historia de la Gades romana, que cada personaje y hecho histórico encajan en su tiempo, o que la predestinación en la que sitúo al prejubilado es como para salir de las páginas del libro y cogerme por el cuello, pero es más cierto que solo he pretendido escribir una novela de humor. Si el lector sonríe, ríe o carcajea, si disfruta, aunque solo sea el 50 por ciento de lo que he disfrutado yo escribiéndola, habré logrado mi objetivo. Si lo hace el 100 por 100... tendré un incondicional para toda la vida. 

¿Hay un humor gaditano?

Puede parecer desde fuera que Cádiz es una chirigota permanente. No sé si llega hasta ahí la idiosincrasia como lugar común, pero si lo hace, es pura terapia... Lo que decía del sentido del humor. En cambio, quiero pensar que el humor es universal, que el lector que ha reído con el Gurb de Mendoza, con el Wilt de Sharpe, el Ignatius de Toole o con los absurdos y la agudeza de los Monty Python, reirá con Ave, ciudadano.  No soy castellano, pero desde El Lazarillo a la Blasa de Montiel, pasando por El ingenioso hidalgo, la sátira social, la parodia, el humor, la risa de sí misma arrecia la «recia tierra castellana», y esto me contagia: entiendo este humor, es mío también, y eso me afirma en que el humor es universal.