Un seminario de vida y formación

Sandra de Pablo
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A las puertas de la celebración de su patrón, 'El Día de Soria' se cuela en el seminario burgense para descubrir el día a día en un centro del siglo XXI

Un seminario de vida y formación

El día en el Seminario Diocesano Santo Domingo de Guzmán de El Burgo de Osma arranca pronto. A las siete de la mañana ya están en pie los diez habitantes de la casa; ocho alumnos, el rector y el director espiritual. La primera cita es en la capilla, antes del desayuno, y tras recoger sus habitaciones comienzan las clases a las ocho y media. 

El seminario es una casa luminosa y alegre, llena de vida y risas pese a sus escasos inquilinos, cuentan los responsables que los jóvenes son hijos de su tiempo como cualquier chaval, con sus problemas y sus preocupaciones. Los chicos tienen entre 15 y 18 años, cursan enseñanzas entre primero de Secundaria y segundo de Bachillerato y proceden de todos los puntos de la provincia. A ellos se dedica un nutrido grupo de profesores, tanto religiosos como laicos y fundamentalmente laicas que imparten clases casi particulares, ya que incluso en alguna solo hay un alumno. Esta circunstancia motiva que la atención sea absolutamente personalizada con estrategias especialmente dedicadas a sacar de cada chico lo mejor. La responsable del área de Ciencias, Victoria Arranz, lleva 16 años en el centro y valora este modelo de educación individualizada, para ella es muy importante poder estudiar las necesidades de cada alumno, idear una estrategia para él y poder irla variando para lograr un mejor rendimiento.

A mediodía, la comunidad del seminario comparte la comida elaborada por Herminia, un menú variado y casero del que los chicos dan cuenta sin problema. Los formadores aprovechan el tiempo para sondear cómo está cada uno, cuenta el director espiritual, José Sala, que es un buen momento para ver las cosas tanto positivas como negativas e intentar corregirlas ya que «como decía don Félix Cabezón, que fue rector de esta casa, en la mesa y en el juego se conoce al caballero».

Tras la comida, los chicos aprovechan para ver un rato la televisión y como es habitual entre los jóvenes de su edad, se interesan por la información deportiva que a esa hora se cuela en las pantallas. Tienen una hora de clase por la tarde y después tiempo de ocio que suelen ocupar practicando deportes como fútbol, frontenis y este año especialmente bádminton. Después de la merienda los alumnos del seminario tienen dos horas de estudio dirigido y antes de la cena, de nuevo tiempo de recreo para juegos de mesa y celebración eucarística. En torno a las diez de la noche, cada uno en su cuarto para tiempo personal antes de dormir.

Los fines de semana alternos que los chicos se quedan en el centro, la rutina cambia un poco; se levantan más tarde y dedican buena parte de la mañana al arreglo de su habitación, como en cualquier casa. Después tienen actividades comunes de jardinería o de puesta a punto de algún elemento en los patios. También hacen excursiones, ven una película por la noche y valoran cómo ha ido la semana con los puntos que sea necesario mejorar.

El rector del Seminario de El Burgo, Jesús Florencio Hernández Peña, cuenta que la del seminario es una vida marcada por los horarios y el orden para la que sólo hay un requisito esencial «no desechar la idea de poder llegar a ser sacerdote». La economía de las familias no debe ser una dificultad, hay personas generosas que colaboran en la formación de los seminaristas.

José Sala llegó como alumno al seminario a los 11 años, allí ha pasado más de la mitad de su vida y «aunque los tiempos cambian aquí el ambiente no ha cambiado, la vida cotidiana es muy familiar». La cercanía se experimenta también con las familias de los chicos que participan activamente en esta gran familia.