Rituales profanos para la muerte

M.Arlegui
-

Los objetos corresponden a dos tipos de rituales, uno profano y otro religioso

Rituales profanos para la muerte

La muerte suscita el temor, el miedo a veces, la incertidumbre irresoluble del final de la vida. Desde fechas muy tempranas de la evolución humana se constata la duda profunda ante lo que pueda existir detrás de ella y se han descubierto rituales que pretendían conjurarla y, para cuando se produjera, rituales funerarios complejos en el tratamiento de los muertos y los lugares de su sepultura que facilitaran su tránsito y, a la vez, protegieran a los vivos de los espíritus de los muertos. La religión ofrecía una explicación de vida tras la muerte y en ello el consuelo. A lo largo de la prehistoria y la historia del hombre se sucedieron religiones y creencias; durante la mayor parte de la historia del hombre las religiones fueron politeístas, el cristianismo, monoteista, se consolidó a partir del edicto de Constantino (313) que decretaba la libertad de culto en el Imperio Romano. En esta sucesión de religiones algunos rituales o creencias de antiguas religiones pervivieron en la nueva a modo de superstición. Con frecuencia en los enterramientos medievales los muertos eran enterrados con una moneda de escaso valor en su mano. Este gesto se ha interpretado como una pervivencia de la costumbre ritual romana en la que un óbolo se colocaba en la boca del difunto para pagar a Cerbero al llegar a la Laguna Estigia, laguna que todos los muertos debían atravesar.

En la Edad Media los rituales profanos debieron existir en los entornos familiares, conviviendo con la liturgia cristiana, aunque no tenemos documentación precisa al respecto. La liturgia visigoda y la mozárabe incluyeron la sal en sus rituales.

En el siglo XVI se sitúa el origen de la utilización de los denominados cuencos y platos de sal: cuando una persona moría, tras ser lavado y amortajado y depositado su cuerpo en el zaguán o sala más grande de la casa para velarlo, se colocaba sobre su vientre un cuenco o plato conteniendo agua con sal. La tradición popular se justificaba señalando que era para evitar la hinchazón del cuerpo. Sin embargo la razón era más compleja: sabemos que al menos desde el siglo XVII se impuso la creencia popular de que el espíritu no abandonaba inmediatamente el entorno del muerto creyéndose, incluso, que mientras el rostro fuera reconocible podría volver. La sal impediría que el espíritu regresara. A veces sobre el difunto se colocaba también un crucifijo con el cristo de barro, de un tipo conocido en algunas necrópolis sorianas como en Rejas de San Esteban, o una tijera que simulaba ser una cruz.

En la Ermita del Vallejo de Alcozar, se hallaron cuencos, numerosos fragmentos de platos, una tijera y varios cristos de barro que sin duda perdieron la cruz de madera, fechados en el siglo XVII. Algunos de ellos forman parte de la exposición permanente del Museo Numantino.  Estos objetos responden a dos tipos de rituales, uno profano y otro cristiano. El cuenco y la cruz debieron formar parte de lo indicado, más supersticioso que litúrgico; sin embargo, los platos, según sus investigadores debieron contener el algodón para la extremaunción, el algodón que limpiaba y miga de pan para que el sacerdote se limpiara las manos. Una vez concluido el enterramiento, estos objetos, que habían sido utilizados con un fin sagrado, no podían reutilizarse, menos aún para otra función, y fueron enterrados en un lugar sagrado, destinado para ello dentro de la propia iglesia.

De todo ello es además significativo el uso de la sal en las prácticas funerarias. Recordamos que la palabra salario deriva del latín significando el pago en sal de determinados trabajos, debido a que la sal es imprescindible para la vida. Conserva los alimentos evitando su putrefacción con lo que además se le atribuía un valor aséptico. El derramamiento de la sal se consideraba un mal augurio, sin duda, porque en tiempos antiguos, su perdida podía comprometer la vida de rebaños y personas. En la representación de La última cena de Leonardo, es Judas el que con el codo, de manera displicente, derrama la sal que se almacenaba en el salero, sutil señal pictórica que avanzaba el augurio fatal del prendimiento de Cristo y su muerte. 

En la Biblia, la sal es un medio simbólico de unión entre Dios y su pueblo (Levítico, 2, 13), Elíseo purifica una fuente echando sal en ella (II Libro de los Reyes, 2, 19), en el sermón de la montaña Jesús llama a sus discípulos «la sal de la tierra» (San Mateo, 5, 13-16) y San Jerónimo llama a Cristo la «sal redentora» que penetra en el cielo y en la tierra. Por esta idea de purificación, la sal se utiliza simbólicamente en el bautismo.  

Durante mucho tiempo se consideró que la sal, que es perdurable en el tiempo sin perder sus cualidades, podía ahuyentar al diablo que la detestaba y ante ella no lograría que un difunto vagara o pretendiera su regreso. Aunque en otras culturas, por el contrario, el demonio pudiera ser adicto a la sal como ocurre en el folklore húngaro. 

El temor a la muerte, la duda sobre la otra vida y sus formas, proteger la vida y conjurar la muerte, una preocupación humana desde nuestro origen.