La sociedad civil se alza contra Sánchez

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Mientras el presidente sostiene que «España va mejor que nunca», ya no quedan sectores por enervarse con su política

A las protestas de diferentes sectores se suman las advertencias de los economistas, que alertan del nefasto porvenir al que se asoman las finanzas de España. - Foto: MARISCAL

Empresarios, transportistas, estudiantes, policías y guardias civiles, jueces… ¿Quién le queda a Sánchez por soliviantar? Los autónomos, los agricultores, los ganaderos también están de uñas. A los empresarios ( y claro está, a los contribuyentes) les ha metido un hachazo infame con las cotizaciones de la Seguridad Social; los camioneros van a salir a la calle porque ni pueden pagar el carburante, ni encuentran con el menor apoyo en el Gobierno; los servidores del orden, los policías y guardias civiles, los agentes que se encargan de nuestro cuidado físico, van a juntarse en número de 100.000 para protestar contra Marlaska que ha perpetrado una ley que les iguala, por lo bajo, a los delincuentes; los estudiantes están que bufan porque el iluminado ministro de Universidades, Castells, quiere convertir la aulas en tertulias comunistas donde lo único que se va a estudiar es cómo destruir a los malvados liberales; los jueces literalmente no pueden más, se han aunado, por vez primera, para rechazar los continuos ataques a su independencia realizados por los socios imprescindibles del Ejecutivo: exetarras, furiosos independentistas, individuos antisistema... Todos los mencionados, sencillamente, ya no aguantan más. Y ¿qué decir de los damnificados de La Palma que, tras seis excursiones de Sánchez por la isla rodeado de cámaras sumisas, no han recibido un solo euro de sus embusteras promesas y sobreviven gracias a las migajas que les ofrece su Cabildo Insular? Por lo demás, la paz ciudadana está seriamente alterada, la batalla de los metalistas de Cádiz es algo más que un aviso; es el retrato de lo ya está ocurriendo.

Falta la protesta generalizada que podría conducir a este Gobierno social-leninista al destierro político. Falta que, por fin, la sociedad civil, la que ya no puede pagar la luz, la que va a sufrir un aumento irreverente de sus cuotas de la Seguridad Social, la que ya no se cree ni una sola palabra de este Gabinete falaz y arrabalero, se sume a las parciales manifestaciones anunciadas, y repruebe a este Sánchez que hasta tiene el desahogo de apropiarse en televisión, y a la hora de máxima audiencia, de la vacuna española contra el COVID, una inyección aún muy a prueba, fase II, que ha sido investigada por los Noguera, una empresa familiar de Gerona que ha puesto sus saberes y su dinero sin ayuda alguna para conseguir otro grado de inmunización diferente al que están proporcionado la Pfeizer, la Moderna o la Janssen.

Los científicos del país, que sufrieron una honda decepción por la inanidad del astronauta Duque, y que ahora ni siquiera saben cómo se llama su recambio, están que trinan cuando observan cómo el poder político se apropia de sus trabajos, ignora sus justas demandas y asisten, están asistiendo estupefactos al obsceno espectáculo de un Gobierno que gestionó, de forma torpe y carísima en propaganda, la pandemia del coronavirus en nombre, además, de un grupo de expertos que nunca existió. Hay técnicos en otros campos, por lo demás, que dominan los pormenores económicos y aventan del nefasto porvenir de nuestras finanzas, son los que vienen advirtiendo, de acuerdo también con la OCDE o la propia Unión Europea, de lo que se nos viene encima, por ejemplo, de un dato irreversible que Sánchez, y su pobre Calviño, están ocultando sin ponerse colorados; a saber, que el próximo 31 de marzo finalizará el plazo que se ha dado el Banco Central Europeo para seguir comprando deuda pública de los países del bloque. 

Ese día será el del llanto y crujir de dientes porque España tendrá que acudir a los mercados internacionales para colocar nuestras miserias; los intereses resultarán estratosféricos y nuestro déficit llegará al cielo pagano que ahora, al estilo de su mentor Iglesias, pretende asaltar la reedición de la Pasionaria, Yolanda Díaz. El coste de la luz no habrá descendido -dicen los pronósticos- por debajo de los 150 euros por megawatio, y, si el transporte universal no se agiliza (Shangai es hoy solo un puerto deportivo), nuestros mercados tendrán que hacer acopio de productos de primera necesidad tasados a precio de oro.

Un irresponsable presidente del Gobierno sigue manteniendo solemnemente que «España va mejor que nunca», porque por ahora ha comprobado que la sociedad que dice gobernar se pliega dócilmente a sus embustes sin reacción alguna. Lo que ocurre es que, como reza el refrán, cuando ya no hay harina, todo es mohína, y este pueblo candoroso y timorato que únicamente suele levantarse en reclamaciones una vez por siglo, empieza a recaer en que la actual situación nos conduce a la constancia de un país dividido terriblemente en dos mitades, en el que solo importan los devaneos internos de los partidos, PP y PSOE, que en esto son la misma cosa, el fútbol a la desesperada, o, y esto es muy comprensible, en cómo abordar el último día de cada mes para adquirir pan o patatas, qué digo yo filetes de cadera vacuna.

 

Coalición 'rota'

Hasta ahora está siendo así pero, lo decía al principio, hay signos más que evidentes de que España está empezando a despertarse, a levantarse ante tanta incuria, ante tanto destrozo. Ahora, hasta el leninista Iglesias, a sueldo de los independentistas en prensa, radio y televisión, advierte que las elecciones generales pueden celebrarse en el ya muy cercano 2022. 

Lo avisa para intranquilizar a Sánchez, sacar pecho ante su conmilitona de Gobierno, Yolanda Díaz y, sobre todo, para presentar lo obvio: que la arcadia feliz de aquel Ejecutivo de coalición que él firmó junto al repudiado Sánchez es en este momento un despojo sin posibilidad alguna de reconducir los destinos de nuestra Nación. Una Nación -esa es otra- que repele las amenazas contra la Corona de los socios del aún presidente, y que está comprobando cómo el llamado Régimen del 78 que hasta la llegada de todos estos/as sujetos/as había funcionado tan de maravilla que, por ejemplo, se había instalado una cátedra dedicada a su estudio nada menos que en Yale. 

Los síntomas de hartazgo general ya se perciben en los diagnósticos sociales y políticos más directos. Falta que se conviertan en síndrome para que éste conforme una pléyade de protestas que afecte, sin duda alguna, al futuro de este Gobierno malhadado que nos ha tocado soportar. ¿Hasta cuándo? Esperemos que, por una vez, el gamberro Iglesias tenga razón. Si la tiene, le atribuiremos el mérito. La sociedad civil ha inaugurado su empacho de embustes e inequidad. Queda que se organice cuanto antes y tome nota de los transportistas, estudiantes, jueces y de otros grandes grupos a los que Sánchez están intentando evaporar. Y con toda conciencia; con toda consciencia.